«¿Por qué he de yacer debajo de ti?»

«¿Por qué he de yacer debajo de ti?»

Por Campaña #NoLeDamosColor

De acuerdo a algunas interpretaciones judías, existió una mujer anterior a la obediente Eva. Se llamó Lilith y fue compañera de Adán hasta que debió abandonar el paraíso por su rebeldía. “¿Por qué he de yacer debajo de ti? Yo también fui hecha con polvo y por tanto, soy tu igual”, señaló Lilith a Adán, según señala el Alfabeto de Ben Sira, luego de que la obligara a tener relaciones sexuales en la postura que él quería. Dios, históricamente arbitrario, la expulsó. Lilith partió hacia al Mar Rojo, lejos de la pureza edénica y por tanto independiente, dueña absoluta de su voluntad. Sin embargo, la libertad que adquirió la obligó a permanecer distante, demonizada por su desobediencia y borrada de la tradición religiosa que sólo tiene lugar para la complaciente Eva.

Nuestro género arrastra una lucha histórica por alcanzar un espacio de equidad y plenitud sexual. Pese a esto, la verborrea machista se mantiene tenaz y nos continúa clasificando. Con sus dedos inquisidores señala nuestro cuerpo y su goce, convirtiéndonos en símbolos de pureza o pecado. Desde niñas comienza un camino de despersonificación, nos extirpan nuestra identidad y convierten en meros objetos que transitan obligadamente entre lo sagrado o lo pecaminoso.

La figura masculina se levanta como un padre eterno que cree tener el poder de negarnos nuestra autonomía. Finalmente todo se traduce en una cuestión de poder. La violencia de género se consolida y perdura en instituciones como la familia, el colegio, la universidad y el trabajo.

Estos organismos disciplinares están construidos bajo una lógica patriarcal, y se sirven de acciones que reafirmen su poder para consolidarse. Por ejemplo en las universidades, espacios comunitarios que debieran trabajar en disolver la idea de dominio, se han revelado graves denuncias de acoso sexual. Sin embargo, autoridades académicas, jugando un papel de deidades, se han empeñado en defender la imagen de los profesores acusados en vez de proteger a la víctimas.

Este tipo de violencia se expande también al círculo familiar, jerárquico por naturaleza, en el que el género es un factor determinante cuando se producen casos de abuso. En muchas ocasiones, estos son minimizados para evitar la denuncia. Es evidente que esa ansia de poder repta sin distinción entre nuestras construcciones sociales, hurga con violencia nuestros cuerpos y nos ha obligado a caminar con miedo. Ha sido una carga histórica que hemos debido afrontar como una condena.

Pese al difícil camino que atravesamos, creemos en el trabajo minuciosos que realizamos a pulso, en esos esfuerzos infinitos que promueven la solidaridad de género. Nuestra campaña “No le damos color”, en su voluntad por demostrar y condenar la naturalización de la violencia contra la mujer, ha sido un espacio de desahogo y encuentro, que nos ha permitido aportar en la tarea de crear un gran cuerpo solidario femenista.

En la medida que dejemos de perpetuar esa clasificación a la que somos sometidas, podremos arrancar el velo machista. “Mujeres, necesitamos su unión, el día que estalle nuestra revolución” cantaban las libertarias de la España prefranquista. Llegará el día en que todas nos declaremos en rebeldía y abandonemos el paraíso misógino. Quedará atrás el padre eterno. Gritará encolerizado e incapaz de señalarnos con su dedo inquisidor, mientras marchamos alegres hacia el Mar Rojo que bañó a Lilith, ése que nos recibirá a todas como una gran boca redentora.

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