Bibiana Reibaldi, argentina: “Como hijas tenemos la obligación de tomar una posición ética, no se puede estar a favor de los crímenes de lesa humanidad”

Bibiana Reibaldi, argentina: “Como hijas tenemos la obligación de tomar una posición ética, no se puede estar a favor de los crímenes de lesa humanidad”

Por Valentina Silva

“¿Dónde estaban los cuerpos de los desaparecidos?”, le decía Bibiana a su papá Julio Reibaldi, un “caza subversivos” en época de la dictadura Argentina. Siempre vivió en Buenos Aires, ciudad que acogió su vida marcada por ser hija de un represor y la rebeldía ante los mandatos y silencios familiares, a los que nunca hizo caso. Instó en innumerables oportunidades a su padre para que confesara los crímenes de lesa humanidad que había cometido. Nunca lo logró.

El 3 de junio de 2017, Bibiana Reibaldi de 61 años, caminaba como muchas personas por la Avenida de Mayo hacia la concentración de la marcha de Ni una Menos. Pasaba por medio de las miles de asistentes. Lo hacía con dificultad: sus piernas tiritaban. Ese recorrido hacia la marcha marcó un antes y un después. Ni un paso fue en vano. Y a pesar del miedo y los nervios que podía llegar a sentir, marchó firme hasta sus compañeras de Historias Desobedientes, levantando con orgullo su bandera y encarando a la masa: “Hijas, hijos y familiares de genocidas por la memoria, la verdad y la justicia.”

Incrédulos asistentes y la prensa captaron a ese pequeño grupo de mujeres que, tras esa bandera que ahora era de lucha, habían sufrimiento, dolor y años de silencio. Ellas decidieron no callar más, enfrentaron a sus padres que fueron genocidas en época de dictadura en Argentina. Hicieron frente a su historia y decidieron no heredar los crímenes. Así, cambiaron la ley para poder testificar en su contra y entregar nuevos antecedentes a las investigaciones. Algunas cambiaron su apellido para no “torturarse” con sus orígenes. Hicieron público su rechazo y repudio hacia sus familiares, y reclaman justicia para madres, abuelas, familiares y sobrevivientes de la dictadura militar Argentina.

Biabiana Reibaldi es hija de Julio Reibaldi, oficial de Inteligencia del Ejército, quien se desempeñó como analista, se infiltraba en grupos opositores y defensores de derechos humanos y listaba los nombres de las personas que debían ser secuestradas. Coordinó además al grupo de jóvenes que hacía “el trabajo sucio” que les desaparecía. Operaba desde su oficina en Viamonte-Callao, más conocido como el Batallón 601, lugar icónico de la dictadura argentina; unidad principal de la inteligencia del Ejército utilizado como centro de represión y torturas. Reibaldi conducía un Ford Falcon Verde, asociado al terror por sus rondas que terminaban en secuestros y desapariciones.

Mi papá un espía del Batallón 601

Desde pequeña Bibiana recuerda que nunca vio con maldad el trabajo de su padre. Acostumbrada a uniformes, formalidades y la vida castrense, lo visitaba seguido al Batallón 601 donde hacía guardia. En 1970, cuando ella tenía 14 años, sus padres se separan y su papá pide la baja del Ejército. Dejan de convivir pero intentan mantener una estrecha relación. Para 1972, Julio Reibaldi pide reingresar como personal civil al servicio de inteligencia. Ya en esos años Bibiana comienza a sospechar de las labores militares de su padre. “De a poco me fui dando cuenta que era un espía”, dijo. Comenzaron a llamarle la atención sus movimientos y comentarios.

En 1976 ocurre el golpe militar en Argentina. Julio Reibaldi vivía en Viamonte 1866 y fue ahí donde Bibiana vió cómo su padre daba las órdenes a personas que entraban y salían de su oficina. “Ahí funcionaba una empresa fantasma que encubría una cantidad de cosas que se hacían de manera clandestina. La clandestinidad de los servicios de inteligencia del Ejército comenzaron mucho antes del 76; pero lo que sucede ese año, es la instalación de los campos de concentración, del secuestro, la tortura y el asesinato como una política sistemática”. Como adolescente, Bibiana Reibaldi recuerda lo mal que se sentía. No sólo era el trabajo de su padre en el Batallón 601 y sus recorridos en el Falcon Verde sino clóset repletos de armas largas. «Él siempre estaba nervioso y alterado”, acota.

«Soler»: El caza subversivos

Bibiana Reibaldi ingresa a la Universidad de Buenos Aires, a la carrera de Psicología. Confiesa que ahí fue que comenzó a enterarse de «todo» lo que estaba sucediendo en Argentina. “Empecé a abrirme a otro mundo, a abrir otros pensamientos, a enterarme de más cosas, a romper con el mundo chiquito en el que vivía porque siempre fui muy tímida, introvertida y solitaria… Cuando entré a la universidad fue un cambio radical en mi vida”.

Entre sus recuerdo, detalla que en una de las visitas que hace a Reibaldi en su oficina, él le pide expresamente que cuando lo llame por teléfono no pregunte por su apellido sino que pregunte por “Soler”. Más que sugerencia fue un mandato, que ella calificó como “raro y extraño”. Así, su historia de vida cambiaría para siempre. Al acompañar a su papá a un control médico en el Hospital Militar por problemas cardíacos y mientras caminaban por sus pasillos, se encontraron con una pareja amiga. Le preguntaron cómo estaba y qué era de su vida. Julio Reibaldi, contestó frío y sin importarle la presencia de su hija: “Me dedico a cazar subversivos». “No me tuve que dar cuenta de nada, las cosas en ese instante fueron muy claras”. 

“No te puedo describir con palabras lo que sentí. Si puedo usar una imagen, es que me rompí en pedacitos como esos rompecabezas que tienen miles de piezas. Así me sentí. Me corría un frío por el cuerpo espantoso”, describe. “Esa frase venía a corroborar todo lo que yo intuía. Se llamaron a las cosas por su nombre”. Y no tan solo eso, Bibiana insistió en lo ocurrido y le preguntó a su padre: “Papá contáme un poco de qué se trata tu trabajo, qué es lo que hacés, cómo hacés tu trabajo.” Pero con voz firme y autoritaria él respondió: “Yo no pregunto cómo hacés tu trabajo, vos no preguntés cómo yo hago el mío.” Bibiana Reibaldi tomó la decisión de “cerrar la boca durante mucho tiempo” en un pacto de silencio familiar.

“Mandatos de silencio”

En 1986 Julio Reibaldi se retira definitivamente como personal civil del Ejército. Para esa fecha, Bibiana y él se veían esporádicamente. Ella ya le había manifestado lo que pensaba de lo sucedido en Argentina, su postura política e ideológica. Le manifestó su repudio a la dictadura y a la labor que él cumplió como ex militar. En los 90, se reencontraron y se abrieron al diálogo. Sin embargo, cuenta que su relación se sostenía sobre reiteradas discusiones. “El reencontrarnos permitió que pudiéramos discutir, al estar distante no hablábamos y casi no discutimos, no nos decíamos nada. Hubo enfrentamientos bastante fuertes”, recuerda.

En sus discusiones, ella le exigía que hablara y respondiera a sus preguntas: “Qué había estado haciendo, dónde estaban los cuerpos de las personas desaparecidas, sí él sabía de algún nombre de alguien que se había apropiado en su momento de algún bebé; si él sabía de algún “apropiador”, que dijera el nombre. “Le exigía que hablara y la verdad es que nunca logré que me dijera algo. Fue muy doloroso porque yo quería a mi papá y esperaba que a partir de esa relación de afecto, como él ya no estaba más del servicio de inteligencia, pudiera hablar conmigo… No se lo decía así como te lo estoy diciendo a vos, se lo decía de una manera mucho más virulenta, la discusiones y los enfrentamientos eran fuertes, yo lloraba y él también lloraba”.

En su desesperación porque su papá confesara y entregara información relevante para las investigaciones, Bibiana Reibaldi se acercó a las Abuelas de Plaza de Mayo. Quería algún consejo para poder enfrentar esta situación y manejarla al punto de lograr que su padre les entregará información, de la que sólo él podía tener conocimiento. Las Abuelas de la Plaza de Mayo la recibieron amorosamente, pero no pudieron ayudarla. Para Bibiana todo esto era una mochila muy pesada con la que tenía que cargar. Ella misma lo describe como rechazo, vergüenza y la culpa con la que tenía que convivir diariamente. “No podía decir a qué se dedicaba mi padre, yo decía que mi padre era un militar retirado”.

Bibiana Reibaldi cree fehacientemente que todos los hijos e hijas de genocidas deberían estar en contra de sus padres. “Son ellos los que han dañado a la humanidad”, remarca. Y más allá del daño al interior de sus familias: “Rompan la vergüenza, vivan con un poco de honor, que honrar al padre y a la madre es hablar con la verdad. No se puede estar a favor de los crímenes de lesa humanidad, como hijas tenemos la obligación de tomar una posición ética frente a esta situación, por más que quieras a tu padre y a tu madre. Hay que repudiar esa participación en el proceso de genocidio que hubo en Argentina y Chile”.

Dice que no puede haber perdón si no hay alguien arrepentido. Su padre nunca se arrepintió. “No hay espacio para el perdón sino para la justicia”. Julio Reibaldi murió en 2002, sin juicio ni sentencia en su contra. “Te podría decir que si mi padre hubiese hablado, me hubiese dicho a mi lo que hizo, no ante la justicia, yo me hubiese sentido un poco más en paz”.

Ese 3 de junio 2017 marcó la vida de Bibiana; lleva su pasado y el de su familia a cuesta, pero con valentía. En la marcha Ni Una Menos fue la primera vez que salieron y se enfrentaron a la multitud con su bandera, con miedo, con “las patas temblando”, poniendo su rostro, enfrentando su historia, esa que no escogió sino la que le tocó.

Muchas de las hijas de genocidas crecieron pensando que eran “las locas de la familia” por estar en contra del padre, la madre o familiar responsable de graves violaciones a los derechos humanos. Era algo impensado. Para las Desobedientes, encontrarse y reunirse, les dio fuerza y esperanza. “Fue muy positivo y muy saludable para cada una como persona, para cada una como mujer”, dice Bibiana Reibaldi.

Bajo el asombro de muchos, se generó lo inesperado: las personas lloraban, aplaudían y las abrazaban, símbolo de fraternidad y humanidad. “El apoyo es reconfortante para nosotras porque también venimos de una vida de mucho dolor, de mucha vergüenza… Nos alimentan los abrazos de nuestras compatriotas”.

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