Carola Moya de ADC Circular: «La mayor huella de esclavitud de la moda son mujeres»

Carola Moya de ADC Circular: «La mayor huella de esclavitud de la moda son mujeres»

Por Daniel Meza

Carola Moya, diseñadora y especialista en marketing, es directora de la consultora Stgo Slow y de la Asociación de Consumidores Sustentables (ADC Circular). Su carrera profesional se ha caracterizado por trabajar en conjunto sustentabilidad y género. En la actualidad, desde el modelo de economía circular, llama a las empresas a ser más responsables y eficientes en el uso de los recursos. También, diagnostica que en la actualidad hay falencias a la hora de cerrar el círculo por la falta de capacidades técnicas instaladas y por no integrar de forma efectiva a los consumidores. 

Y prosigue, porque para ella es clave aclarar la separación entre economía circular y sustentabilidad. Mientras que la primera hace referencia a un nuevo modelo económico que reintroduce materiales, la segunda “hace referencia al equilibrio en lo medio ambiental, social y económico”.  «Esto exige que haya un cambio cultural en las empresas. Necesitan entender que la economía circular no es una medida filantrópica ni altruista, sino que es el modelo que van a tener que adoptar porque no existen recursos y las leyes (Ley REP) nos están obligando (a hacerse cargo de los residuos como envases y embalajes, por ejemplo). Además quienes consumen, se los exigen”.

Malas prácticas de Bangladesh hasta Recoleta

Desde su experiencia afirma que recién el año pasado el tema de la economía circular comenzó a masificarse. El interés reciente por este modelo de negocios dice Moya se debe a que “las empresas han entendido que este modelo económico les representa beneficios económicos. Obviamente tiene que haber una inversión porque hay cambiar ciertos modelos». Esto último es la gran traba y el desafío que en la actualidad tiene la economía circular. No existen ni las capacidades técnicas ni la infraestructura para procesar y reintroducir materiales al proceso productivo. Por ejemplo, el reciclaje de textiles es inexistente pese a la gran cantidad de ropa en desuso disponible ya sea de primera y segunda categoría; es apremiante y se requieren tomar medidas urgentes.

En consecuencia, piensa que es necesario y urgente que el Estado, a través de normativas, fomente la creación de nuevos negocios, «ya que el mercado va a empujones y no logra prever estos cambios” que estarían destinados a cerrar el ciclo, diversificando también la economía al crear nuevas plazas de trabajo. Carola Moya aclara que es un error simplificar la economía circular solamente al reciclaje, “de hecho es una de las últimas opciones. Por el contrario, es un modelo que significa un cambio en la manera de producción y que integra a quienes consumen de manera activa para hacerlos corresponsables en el uso de los recursos.”

Insiste en que se «tiene que entender que los productos se transforman en servicios. Por lo tanto, ya no es solamente el seguir generando productos innecesarios, estos además se tienen que desmaterializar. Existen nuevos modelos de negocios y es ahí donde deben migrar las empresas». Con esto hace referencia a la importancia que los productores se hagan cargo de construir servicios para volver a poner en circulación los productos reciclados.

Moya plantea que este enfoque es necesario para el uso responsable de los recursos pero también por un asunto de justicia social. Porque esos precios bajos no serían los precios reales: “Todo lo que cuesta barato es porque hay otras personas que lo están pagando con su vida y su trabajo”. Así, la industria textil se alimenta de malas prácticas laborales. O lo que ha sido denominada huella esclava producto de los bajos salarios y de la informalidad del trabajo. Situación que no es exclusiva de países en vías de industrialización de Asia y África, también sucede en la industria nacional.

«Basta darse una vuelta a Recoleta o Independencia para ver los talleres ilegales con personas migrantes trabajando de manera precaria; que tienen que trabajar todo el día cosiendo productos hechos en Chile, manufactura local con pésimas condiciones de trabajo. O ir a los talleres que están disgregados por las comunas periféricas de la Región Metropolitana donde se les paga $50 por pegar un cierre a una persona”. Además, las diferentes etapas de la producción se encuentran repartidas en diferentes talleres, con el objetivo que las trabajadoras no puedan comprender el proceso total e independizarse. Entonces, “están obligadas a depender de hacer muchas prendas porque el pago que se les hace es bajísimo. No hay que ir a Bangladesh, basta con ir a darse una vuelta por los sectores de acá».

La diseñadora explica que “para que exista un sueldo digno para las personas que producen lo que nosotras consumimos, también tiene que haber un precio más alto. Vivimos en una sociedad de economía lineal donde todo lo que compramos, lo desechamos; no entendemos el valor real que tienen los productos. Tanto en recursos, lo que cuesta a nivel de trabajo y a nivel de contaminación. Porque para que un producto sea barato se pasaron por alto muchas cosas».

La moda viciosa y su violencia simbólica

Carola Moya afirma que género y sustentabilidad son dos temas que se han instalado con fuerza. “Todas debemos comenzar un nuevo enfoque” para poder llevar a cabo las transformaciones necesarias ante una estructura social patriarcal que ha agotado los recursos disponibles». Piensa que ambas perspectivas se encuentran imbricadas: «La sustentabilidad está absolutamente relacionada con la temática de género y con el feminismo. Porque tiene tres ámbitos: lo medioambiental, lo económico y lo social. Dentro del ámbito social la sustentabilidad tiene que ver con equidad e igualdad de género. También con el comercio justo relacionado con prácticas laborales que deben tener un enfoque de género; con el tema de la inclusión, con la brecha salarial, con la publicidad que no sea sexista».

Sin embargo, advierte del problema que representan ciertas cadenas minoristas del retail que continúan comercializando textiles que no se pueden reciclar y a la vez continúan reproduciendo estereotipos. Esas empresas “que lanzan campañas abanderándose por temáticas de género (gender washing) pero que siguen reproduciendo el rol de las mujeres consumistas e incentivando la reproducción de estereotipos. No hacen cambios reales. Siguen siendo estrategias puntuales. Lo que hay que hacer es un cambio cultural. Lo deben entender y meterlo en su adn de marca. Esto no puede ser una estrategia publicitaria sino que una práctica que este incorporada dentro de la empresa».

Moya define al mundo de la moda como vicioso. Crítica la obsolescencia programada y percibida de la ropa, que se manifiesta en que cada año se lanzan 52 colecciones. Por lo tanto, “hay que bajar el hiperconsumo. El seguir haciendo creer que la calidad de vida depende de consumir (ropa nueva)”. Cuestiona la exclusión y la violencia simbólica que instala la industria de la ropa en el imaginario y que recae en las mujeres de bajos ingresos. “A través de la publicidad, se obliga a las mujeres precarizadas a consumir una imagen aspiracional que es otra mujer. Donde ella esta invisibilizada, donde ella no logra llegar al estándar que la publicidad exige».

Carola Moya advierte de las complejidades que tiene trabajar con un enfoque de género al interior de la industria y la academia de la moda. «Es más complicado que en otras áreas porque en el tema de la moda no se entiende todo el impacto que existe a nivel de género. La mayor huella de esclavitud de la moda son mujeres, la publicidad sexista apunta a las mujeres. La moda es una de las principales responsables de aumentar y perpetuar los roles y estereotipos de género. La moda ha sido uno de los principales factores a la hora de trabajar el tema de género. Porque no es cambiar solo el sistema si hablamos desde la sustentabilidad, del fast (producción en cadena), además tiene que haber un impacto importantísimo a nivel de género».

El cambio cultural

La académica aventura que está en marcha ese cambio cultural pero no solamente en el mundo de los negocios que se comienza a adaptar a las nuevas condiciones climáticas, sino que también en la ciudadanía. Cree que hay un desplazamiento cultural hacia una ciudadanía activa para exigirle a las empresas y al Estado. Por eso define el consumo como un acto político: “Cada vez que consumes algo estas avalando eso (un modelo económico). Por lo tanto, debemos hablar de una ciudadanía activista. Eso significa no ser sólo un ciudadano o ciudadana que eventualmente va a votar. Aquí tienes que ir a votar, tienes que hacerte responsable y exigir al candidato por el que votaste que cumpla con lo acordado».

En este proceso generalizado de desconfianza hacia los poderes económicos y políticos, que ha llevado a la población a buscar nuevas formas de organización, Carola Moya destaca la actitud de las nuevas generaciones. «Lo bueno de ellas y ellos (centenialls, la generación de personas que nació entre 1995 y 2015) es que están siendo más exigentes. Ellos no creen, quieren verlo. Son personas más empoderadas de su rol. También entienden que sus decisiones influyen». Cree que en el corto plazo esta nueva generación se enfrentará a los próximos conflictos políticos y mediambientales con proyectos e ideas. Por ahora su crítica es hacia  la academia que se ha encerrado en sí misma sin entregar herramientas teóricas a los grupos que hoy comienzan a movilizarse.

La marca COP 25

Carola considera que la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25), que se realizará en Santiago entre el 2 al 13 de diciembre, será una oportunidad para que la ciudadanía le saque compromisos a empresas e instituciones públicas. A su parecer, el evento incentivará a diversos organismos a presentar sus mejores intenciones con el objetivo de posicionarse mediáticamente. «Deben ser cuidadosos con lo que van a prometer porque a las empresas que prometan ser más sustentables o circulares, se les va a cobrar (la palabra)».

“Eso significa que van a empezar a trabajar e invertir porque en este momento hay muy pocas cosas que puedan ir a mostrar a la COP25, no hay grandes proyectos, hay buenas intenciones. Entonces, a estas buenas intenciones hay que hacerles seguimiento y cobrárselas». Para lograrlo, participará de la actividad mediante ADC Circular (asociación de consumidores especializada en sustentabilidad con perspectiva de género) y Stgo Slow. Por medio de ambas plataformas, pretende mostrar las iniciativas locales de sostenibilidad y de consumo en el marco de la llamada emergencia climática.

Carola Moya reconoce que un número importante de las declaraciones y compromisos que se producirán en la cumbre no son vinculantes. Por eso planea aprovechar el espacio para lograr vínculos entre el mundo civil y empresarial. Tanto para hacerlos cumplir sus compromisos a corto y largo plazo, como para asesorarlos en prácticas asociativas y corresponsables de trabajo. Está optimista porque considera que en el fondo se pondrá en relevancia el papel de las personas que consumen, “quienes son los que están exigiendo y pueden hacer estos cambios”.

Con todo, le preocupa el relato instalado por el Ejecutivo. Porque el 2 de septiembre el Presidente Sebastián Piñera, al presentar la Agenda Ciudadana COP25, afirmó que uno de los desafíos del país es avanzar en economía circular. No obstante, no se realizó una crítica hacia el modelo económico imperante en Chile que ha agotado los recursos. Por eso, cuestiona que aún se siga hablando de un modelo económico porque a su parecer se hace necesario aplicar medidas que “vayan mucho más allá del reciclar y del gestionar mejor los recursos”. «Tenemos que entender que todo el impacto de la cadena es relevante. Eso significa mejorar la matriz energética, la gestión del agua, pero considerando que somos un país extractivista». En definitiva, una transformación de ciertos procesos productivos para avanzar, en el largo plazo, hacia un país sustentable.

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