Doris Muñoz, teóloga del CEDM: “Las mujeres han sido disuadidas para que no denuncien”

Doris Muñoz, teóloga del CEDM: “Las mujeres han sido disuadidas para que no denuncien”

Por Catalina Arenas

Doris Muñoz integra el Programa de Género y Teología del Centro Ecuménico Diego de Medellín (CEDM) y hace clases en la Universidad Católica Silva Henríquez (UCSH). Es además coordinadora de la línea de justicia de género en CEDM. “Trabajo siempre la teología feminista, que es un estudio ecuménico”. Muñoz tiene un análisis bien categórico sobre la concepción religiosa de las mujeres que proviene de la biblia; palabras que significan un “componente fundamental para la exclusión y el abuso de las mujeres”. En esta entrevista, la teóloga Doris Muñoz comenta, desde su disciplina, la actual crisis de la Iglesia Católica desatada por las denuncias contra sacerdotes por abusos sexuales y de poder, la situación que viven las mujeres en su interior, cómo operan los códigos de censura y el encubrimiento, y las consecuencias de todo tipo de violencia, especialmente la simbólica.

“La comunidad no está pensando en ellas como mujeres”

La exposición mediática de algunos casos de abuso y violencia sexual al interior de las iglesias ha dado cuenta en parte de la situación en que viven las mujeres en las comunidades católicas. Ya sean mujeres laicas o religiosas, todas están sumidas en una estructura patriarcal rígidamente jerárquica en la que no hay redes de apoyo internas para protegerlas contra la violencia. “Lo que demuestran los hechos es que cuando las mujeres han querido denunciar abusos, las han disuadido para que no lo hagan porque (supuestamente) van a conseguir nada”, advierte Doris Muñoz.

Asegura que la institucionalidad eclesiástica no existen equipos especializados para atender a las personas que han sido abusadas. Tampoco los hay para que las mujeres (que denuncien) permanezcan en las iglesias y sigan ahí por razones religiosas como son las actividades que cobran sentido cuando ayudan al prójimo en la comunidad, “aun cuando esa comunidad no está pensando en ellas como mujeres”, afirma la teóloga.

En la Iglesia Católica “las mujeres son mayoría y no están en los espacios en los que se toman las decisiones, por el contrario, las mujeres generalmente realizan labores de servicio”, explica. Un servicio social que “es un mandato que se les da como una tarea que viene desde el evangelio. Y no está mal. El problema es que es asistencialismo, no (tareas) apuntan a las causas estructurales”.

Que las mujeres no sean consideradas como tales por la comunidad se ejemplifica con tareas como el 1%, en las que prevalecen comentarios como ‘las mujeres son buenas porque trabajan por la iglesia y no cuando piensan por sí mismas’, a propósito de la ausencia de nuevas estrategias de campaña e innovadoras actividades sociales que la sitúen en otros espacios.

La violencia corta por el hilo más delgado

¿Por qué las mujeres que van a declarar situaciones de abuso, acoso y/o violencia lo hacen en las mismas iglesias?, la respuesta que a la profesora de Teología en la UCSH se le viene a la cabeza es: “porque esperan que allí las ayuden por tratarse de una comunidad”. De esas mujeres, hay algunas que denunciaron y no fueron acompañadas; nunca pensaron que esa situación se replicaría en otros lugares.

Lamentablemente, la marea de decepciones no termina ahí. Porque tampoco sabían que cuando las autoridades no permiten que los abusos a sus derechos salgan a la luz y tengan un debido canal de denuncia, están frente una figura de encubrimiento que se disfraza en la frase ‘no sigas con esto, ya sabes que el hilo se cortará por lo más delgado’. De acuerdo con la experiencia, las mujeres han sido disuadidas para que no denuncien las situaciones de abuso que allí ocurren, de las que saben o ven como testigos, o las que viven en carne propia.

“El abuso que está en todos lados -no solo en la iglesia- parte del supuesto que es el silencio”, sostiene Doris Muñoz. En otras palabras, va más allá de la confidencialidad. Que una mujer calle la convierte en víctima de un acto de censura. “Son códigos de censura que llegan a un nivel tal, que eventualmente se convierten en autocensura”.

La cultura del encubrimiento

Al diario El País, el fiscal Emiliano Arias, que persigue los delitos de abuso sexual cometidos por sacerdotes, aseguró que es “la cultura del encubrimiento dentro de la Iglesia Católica chilena, la que ha posibilitado la comisión de delitos al interior de la organización”. Esto, como respuesta a la carta del Papa Francisco les entregó a los fieles cuando visitó Chile y que admite que en la Iglesia hay una “cultura del abuso y un sistema del encubrimiento que le permite perpetuarse”.

En la Iglesia hay una cultura en la que primero hay amenazas que normalizan las situaciones de abuso y violencia y, segundo, una vez normalizado el caso, las mujeres denunciantes desisten porque no saben a quién acudir y piensan que no les van a creer. Estas amenazas no solo son la primera barrera, también generan -en la práctica- consecuencias como aislar a esa persona y desprestigiarla.

El panorama es nebuloso, las personas que tienen poder dentro de las iglesias chilenas han sido expulsadas o llamadas a declarar en calidad de imputados como el arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, quien deberá hacerlo ante la Fiscalía Regional de Rancagua. La principal razón es porque se estima que se han desechado pruebas -antes de presentarse ante la fiscalía- y hay antecedentes de amenazas para que las víctimas y testigos guarden silencio.

En suma, la académica Doris Muñoz cree que las mujeres han tenido la voluntad de denunciar, “pero se empezó a establecer un tipo de relación que permite cualquier tipo de abuso porque el poder jerárquico que se ejerce arrasa con la capacidad y la posibilidad de la persona por estar sujeta a la obediencia”.

“Lo que la Iglesia Católica espera de una mujer”

Uno de los pasajes bíblicos que relata la creación de la mujer y el hombre en la tierra narra que Dios dijo: “hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza y ejerza dominio (…)”. Mencionada cita ya da una perspectiva respecto al rol de la mujer en la liturgia y el acceso a los sacramentos.

En 2002, la Santa Sede castigó a un grupo de siete mujeres de distintas nacionalidades que se habían ordenado sacerdotes con la pena máxima que podría sentenciar la Iglesia Católica: la excomunión. El caso conocido alrededor del mundo como “las siete del Danubio” demostró que ha persistido una actitud sistemática de discriminación por parte de los hombres de iglesia, que no ve a la mujer a imagen y semejanza del Dios creador de toda criatura humana.

Más cercano a la actualidad en Chile, una mujer laica recién titulada de Teología y que participaba activamente en una comunidad, no fue contratada para trabajar en un seminario porque, en la primera entrevista, fue crítica a la hora de responder sobre la crisis de confianza por la que atraviesa la Iglesia Católica.

A otra, de aptitudes y conocimientos similares, la desvinculan de sus funciones con la excusa que ella ‘no podía seguir enseñando ahí porque para ocupar el cargo de docente tenía que hacer un doctorado’. Ella cursa el doctorado, realiza su investigación, pese a que su profesor guía le cambia los temas una y otra vez. Finalmente, cuando volvió con el titulo de post grado aprobado, ya había alguien más en su puesto: un hombre sin doctorado.

La conclusión que propone Doris Muñoz para estos casos es que “para que ocurra abuso, tiene que haber una estructura del abuso en la que cada persona juega un papel, al extremo que se ejerce todo tipo de violencia con la propia resignación de la víctima”. En otras palabras, cuando estas mujeres laicas no responden a lo que la comunidad espera de ellas, comienzan a ser marginadas porque cambia su perspectiva reflexiva en relación con la dirección de la Iglesia.

De esa manera es cómo funciona la estructura patriarcal de la Iglesia Católica. Por una parte, hay una suerte de ‘obedeces y te adaptas’ y, por otra parte, ‘estás en el plano que tú quieres, pero no te aceptan porque no cumples con ciertas exigencias morales’. “Son muy pocos los curas que van a aceptar que la mujer -ya sea laica o religiosa- tiene la razón en algo e incorporarán su crítica”, admite la miembro del CEDM.

En cuanto al argumento de algunos religiosos y religiosas que aseguran que existe progresismo dentro de la Iglesia Católica, se indagó específicamente si esa tendencia se percibía en el tema de las denuncias por abusos sexuales. Frente a esta arista, Doris Muñoz responde que el progresismo “está relacionado con la (idea de) sexualidad y que mantiene la exclusión de las mujeres porque considera solo lo femenino, estereotipado”.

Sobre esta última idea, existen ciertos estereotipos de género que la iglesia impone como una norma excluyente. Entre estos se cuenta que la mujer se encuentre casada, que sea una buena esposa y que tenga al menos un hijo. Muñoz sostiene que quienes responden a ese modelo son, principalmente, las mujeres que no son capaces de defenderse por sí mismas como consecuencia del contexto de vulnerabilidad en el que están.

Violencia simbólica

Siguiendo con la clasificación de violencia, abuso y discriminación al interior de la institución religiosa, los maltratos más recurrentes -aparte de los delitos de violencia sexual- se vinculan a los derechos sacramentales a los que las mujeres tienen acceso: sólo a seis porque el séptimo es el sacerdocio, donde están excluidas.  No hay mujeres en los espacios de representación en la Iglesia Católica y los actos de violencia simbólica se continúan reproduciendo a partir de la manipulación de la imagen del abusador o abusadora.

“Se han usado los símbolos sagrados como el altar, revestimientos o anillos (joyas), todos los símbolos de poder para encubrir o proteger abusos”, detalla la coordinadora del centro ecuménico. Esto, como una señal que advierte a la mujer que denuncia que su acusación “no es contra ese ser humano, hombre o mujer que abusó, sino que contra uno de los representantes de Dios”.

Entre las últimas reflexiones que cierran esta entrevista, Doris Muñoz habla de una “sujeción del cuerpo de las mujeres y del control que tienen (otros) sobre ellos” frente al cuerpo clerical. Una concepción que también proviene de la biblia y que considera que ‘el cuerpo de las mujeres es un cuerpo abusado que no tiene poder en la comunidad’. Lo anterior es un elemento fundamental para la exclusión y el abuso de las mujeres.

Doris Muñoz opina que no es correcto decir que la Iglesia Católica carece de una perspectiva de género porque admite una que es esencialista. Es decir, “que las mujeres son para esto y los hombres son para esto otro”. La académica considera que necesitan otro foco de género porque no es tolerable que “el límite (de lo aceptado) siempre sea la maternidad”

Con todo, el feminismo religioso conforma una reacción crítica a toda construcción machista de la mujer que se enmarca en un patriarcado católico y fundamentalista. Por ejemplo, cuando versa “sobre todo regidor se encuentra Dios padre todo poderoso”. “Es tan importante que los feminismos laicos consideren a las feministas que estamos en temas de teología o espiritualidades porque nosotras sabemos que el patriarcado dentro de la Iglesia tiene un componente religioso fundamental”, subraya la teóloga.

“Es muy difícil que las mujeres y los seres humanos en general digan un día ‘no creo más en esto’ porque es parte de la construcción de la identidad de género en base al doble discurso y porque la dimensión religiosa es una condición humana. Así, Muñoz insiste que “las mujeres deben entender qué les pasó, cómo fue el abuso y qué relación tiene el abuso con su construcción religiosa”. En definitiva, lo que las feministas religiosas buscan es deconstruir esas religiones.

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