La política, ¿sólo una confrontación deportiva?

Aquí sólo existe espacio para una confrontación brutal y como este deporte no tiene reglas preestablecidas, todo vale por ganar, en cada juego se busca obtener puntos y “quebrar el servicio” del otro.   

Teresa Valdés 

Columna de Opinión publicada 25/06/07 en  Diario La Nación 

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Algo sorprendente ha sucedido en Chile. Los deportes se han ganado un lugar de importancia en las radios, la prensa y también la televisión, que ahora puede mostrar o no los goles el mismo día. Es el lazo creciente de fútbol, dinero y política. Sebastián Piñera o Joaquín Lavín se interesan en acciones de sociedades anónimas de clubes de gran arrastre. 

Esto podría verse como parte de un desarrollo mayor, en un país que requiere más actividades para el tiempo libre, económicamente y -ojalá- políticamente rentables. Lo que no parece tolerable es que este aspecto del deporte invada otras esferas de la vida, en especial la política. Ello oscurece la cultura republicana que, pese a dificultades y tropiezos, había logrado mantenerse, augurando la profundización de nuestras tradiciones democráticas: debates con contenidos fundados, reconocimiento del otro como legítimo. Un proceso que podía avanzar y rescindir la burda exclusión que representa el sistema electoral binominal.  

Pero desde que la Presidenta Michelle Bachelet asumió el Gobierno -el primero de cuatro años sin reelección-, se ha instalado -con la participación de medios y periodistas- un tratamiento de la política como si fuera un torneo de tenis, cuyos jugadores -casi siempre- son oficialismo y oposición. En el partido todo es blanco o negro y existen ganadores y perdedores. Sólo participan jugadores habilitados. Por eso, en la política actual, la ciudadanía ha quedado como espectadora y su atención se mantiene con los “calentamientos” o las “escaramuzas” de los jugadores secundarios.  

Aquí sólo existe espacio para una confrontación brutal y como este deporte no tiene reglas preestablecidas, todo vale por ganar, en cada juego se busca obtener puntos y “quebrar el servicio” del otro. Aunque parezca mentira, las canchas en que se juega este megapartido son los medios: ellos validan a los jugadores y les permiten jugar, son los árbitros y los jueces. Por un micrófono o las páginas de un diario, el jugador A dice algo y entonces todos corren donde el jugador B y le piden que juegue, mostrándole la otra jugada. Mejor si confrontamos, a un tiempo, a masculino y femenino. Queda claro que los hombres lo hacen mejor. Dividendos adicionales para una liga que sólo debiera ser de varones, al parecer.  

Quien hizo el mejor saque o golpeó con más fuerza la pelota. Todo resulta motivo de celebración y entrega ráting. Mejor aún si quiebra el servicio con escándalo. Total, es un juego. A veces se internacionaliza el torneo y ponemos en la cancha a los argentinos, a quienes se presenta como jugadores tramposos, son acusados de no respetar las reglas o algunos jugadores nacionales los descalifican antes de saber los resultados.  

Este orden de cosas agota profundamente. Cada día cuesta más leer diarios, escuchar noticieros radiales o ver las noticias en la televisión. No soy la única, miles sienten como yo. Nos merecemos algo mejor. Somos demasiados quienes de modo transversal hemos colaborado para construir un proceso democrático que recoja las lecciones aprendidas luego del dolor y el desgarro de la confrontación de los ’70. Todavía es tiempo de evitar heridas innecesarias y recuperar una convivencia democrática sana. Dejemos el tenis y volvamos a la política, a construir colectivamente el país que soñamos, igualitario, justo y respetuoso de las diferencias.

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