Los caminos de las chilenas hacia la Universidad (Decreto Amunategui)

Los caminos de las chilenas hacia la Universidad (Decreto Amunategui)

[ARCHIVOS OGE] Por Antonella Passi

El 6 de febrero de 1877, en Viña del Mar, el Presidente Aníbal Pinto, junto a Miguel Luis Amunátegui, Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, firmaban el Decreto: “La validación de exámenes de mujeres ante comisiones universitarias”:

“Considerando:

1° Que conviene estimular a las mujeres a que hagan estudios serios y sólidos;

2° Que ellas pueden ejercer con ventaja alguna de las profesiones denominadas científicas;

3° Que importa facilitarles los medios de que puedan ganar la subsistencia por sí mismas, decreto:

Se declara que las mujeres deben ser admitidas a rendir exámenes válidos para obtener títulos profesionales, con tal que se sometan para ello a las mismas disposiciones a que están sujetos los hombres”

En el siglo XIX, Chile necesitaba, tras el logro de la independencia, la instalación de un orden social, con su respectiva legalidad que permitiera iniciar su carrera hacia el progreso. Este debía ser equilibrado, combinando la mantención de relaciones sociales propias de la colonia con la supremacía de la clase terrateniente y de la iglesia católica, con las ideas ilustradas traídas de Europa, es decir, la razón como forma ideal y universal de pensamiento.

En la segunda mitad del siglo, la promulgación de la Ley de Imprenta (1872) activó la expresión a través de la escritura, especialmente la periodística, puesto que disminuyeron las restricciones y sanciones que contenía su antecesora. Algunas mujeres de clase alta comenzaron entonces a escribir en revistas utilizando el género literario y más tarde el ensayo.

El acceso de las mujeres a la educación primaria se había autorizado por ley en 1860 y el interés del Estado por la instrucción secundaria femenina llegó recién en 1895 con la creación del Liceo N°1 en Santiago. Hasta entonces, la instrucción femenina estaba a cargo de organismos privados, especialmente de congregaciones religiosas que llegaron desde fuera de Chile.

Pero aún no llegaban las mujeres a la Universidad, si bien en 1810, Dolores Egaña Fabres, hija del patriota Juan Egaña, se había matriculado en la Real Universidad de San Felipe para cursar la Facultad de Filosofía y el rector ni nadie pudo hallar reglamento o disposición alguna que se lo impidiera.

En 1872, bajo la Presidencia de Federico Errázuriz, Antonia Tarragó realiza una primera solicitud ante el Consejo Universitario, para que los exámenes de las alumnas de su colegio «Santa Teresa» fuesen válidos para optar a grados universitarios. Tarragó había fundado en 1864 este colegio con el objetivo de entregar instrucción secundaria a mujeres. El interés de fondo era formar a las mujeres para “desenvolver su inteligencia, purificar su moral y cultivar sus facultades psicológicas” , pero lo más importante era “levantar el espíritu de las mujeres” , teniendo en cuenta que el nivel de ilustración, cuando comenzaron a acceder a la instrucción, era muy bajo, recibiendo sólo contenidos elementales y sin el apoyo del Estado.

Cuando Antonia Tarragó realizó esta petición basándose en el Decreto 15 que establecía la libertad de exámenes, no existía una legislación sobre instrucción de la mujer, ni en un sentido permisivo, ni de prohibición, por lo tanto, no era estrictamente necesario elevar la solicitud. Sin embargo, ese acto tenía sentido porque no había instrucción pública secundaria. Sin duda, era importante instaurar la educación como un derecho, ya que culturalmente el rol aceptado para la mujer estaba en la casa y la familia, y era nueva la idea que la mujer se educara e incluso llegara a la Universidad. Sólo la ley garantizaría ese derecho. Pero en esa oportunidad el Consejo rechazó la petición.

Cuatro años después, el 1º de Diciembre de 1876, bajo la Presidencia de Aníbal Pinto, Isabel Le Brun, fundadora del “Colegio de la Recoleta” que entregaba educación primaria y secundaria a mujeres, envió una nueva solicitud al Consejo Universitario. Señalaba tres situaciones: la no existencia «de alguna disposición universitaria que reglamente los exámenes de las señoritas que aspiren a garantizar con certificados legales sus aptitudes para optar a grados superiores» ni de un “plan de estudios para señoritas” , pero además, Le Brun apelaba a la satisfacción de los padres de algunas alumnas que habían estudiado en su colegio sobre los avances experimentados por sus hijas y su inquietud por no poder aspirar a estudios universitarios.

El Consejo Universitario debatió, pero no resolvió y en varias oportunidades postergó la decisión sobre el tema, hecho que causa gran impacto en la prensa, a través de la cual se comienza a presionar por una decisión. El diario “El ferrocarril” cuestiona la postura del Consejo: «No ha resuelto, por desgracia, una cuestión que no debió discutir ni un minuto y que debió resolver en un segundo» . Las vacaciones de verano volvían a dilatar una decisión.

Entonces, el día 5 de Febrero de 1877 el Ministro Miguel Amunátegui firma un Decreto que establece la opción de las mujeres de rendir exámenes válidos ante comisiones Universitarias. Diez años después, en 1887, Eloísa Díaz y Ernestina Pérez se convierten en las primeras mujeres en titularse de médico cirujano en la Universidad de Chile. Si bien las mujeres no ingresaron en masa a las aulas universitarias, se abrió un camino para todas las chilenas.

Pero la acción de Tarragó y Le Brun no fue aislada, sino que formaba parte de las preocupaciones de otras mujeres, que a través de la expresión escrita fueron planteando posiciones con respecto a la instrucción femenina. Es el caso de Martina Barros, Rosario Orrego y Lucrecia Undurraga que analizaron el tema y promovieron el interés en otras mujeres.

Martina Barros ve la instalación de la instrucción femenina como una oportunidad de terminar con las desigualdades entre los sexos, “un penoso sentimiento, viendo que en nuestro siglo en que se han llegado a borrar las diferencias de señor i esclavo, en que se han hecho desaparecer las odiosas distinciones de razas, colores, todavía sea temerario, imprudente i hasta peligroso pedir que se borre la triste diferencia en mala hora establecida entre hombre i mujer, esa distinción odiosa de los sexos”.

En la ciudad de San Felipe, en 1875 se publica “La Brisa de Chile”, “una revista que rompió con la dinámica de colaboración femenina dentro de revistas escritas y dirigidas por hombres… (y) tuvo desde su primer número la intención de enfocarse hacia el público femenino, teniendo como objetivo principal colaborar de forma resuelta con la instrucción de la mujer” . En esta publicación colaboró Lucrecia Undurraga y una de las características más importantes de la revista fueron los llamados a sus lectoras para que participaran escribiendo, “con el correr de los números comenzaron a aparecer bastantes artículos escritos por mujeres no sólo de carácter literario, sino también muchos artículos de opinión en los cuales manifestaban de forma resuelta y directa sus intereses y motivaciones. De esta manera comenzaba a surgir una opinión pública propiamente femenina que ponía en el tapete de la discusión temas que le eran propios” .

Uno de los temas que las mujeres consideraban más importantes era la negación del acceso al conocimiento. Por eso ejercieron presión para que las autoridades se pronunciaran al respecto. Rosario Orrego escribe en su poema “A la mujer”:

“Las ciencias i las artes se difunden,

Se ilumina la mente creadora,

El libre pensamiento se enseña,

I el extranjero aquí fija su hogar

I en medio de este mágico concierto

Que eleva a nuestra patria a su apogeo

¿Quedará la mujer débil pigmeo

Sin levantar la mente a otra región?

Lucrecia Undurraga crea en 1887 el primer periódico dirigido por una mujer, llamado, por cierto, “La mujer”. Su intención era capacitar y ampliar los temas de interés femenino, “despertar la conciencia de la mujer y luchar contra las fuerzas poderosas, amontonadas a su alrededor por costumbres inveteradas, para obtener la igualdad de facultades como ser inteligente conquista que una educación deficiente y mezquina retarda de día en día” .

El decreto Amunategui significó un logro muy importante en el proceso de incorporación de la mujeres al ámbito público, por lo tanto, un avance en su reconocimiento como ciudadana, “la fuerza de la tradición requería ser contrastada con la fuerza de la ley. Diciéndoles a las mujeres que sus deseos por llegar a la Universidad tendrían apoyo en la ley, se atreverían a ir contra las voces de la sociedad que reprobaban su actuar”

El ingreso entrada de las mujeres a la Universidad permitió el acceso a nuevos conocimientos y con ello, la ampliación de su horizonte intelectual, lo que tuvo como consecuencia la construcción de otros cuestionamientos sobre lo que significa ser mujer. “Una educación igual a la de los hombres les permitiría también, optar a los mismos cargos que a los hombres” y por lo tanto, no resultaría extraño luchar por la obtención de los derechos políticos.

Referencias bibliográficas

Ángel, Osvaldo y otros (compiladores). 2003. Rosario Orrego: Obra Completa (1831-1879). Santiago: Editorial La califa.

Gaviola, Edda y otras. 1988. Nuestra Historia de mujeres…. Santiago: Ediciones La Morada.

Guerín, Sara. 1928. Actividades Femeninas en Chile. Santiago.

Klimpel, Felicítas. 1962. La mujer Chilena: el aporte femenino al progreso de Chile. Santiago: Editorial Andrés Bello.

Sánchez, Karin. 2004. El ingreso de la mujer chilena a la Universidad. 1872-1919. Tesis para optar al grado de Licenciada en Historia. Santiago: Pontificia Universidad Católica de Chile.

Lavrin, Asunción. 2005. Mujeres, Feminismo y cambio social en Argentina, Chile y Uruguay. 1890-1940. Santiago: Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos.

Zaldívar, María. 2002. Participación femenina en Chile durante la segunda mitad del siglo XIX a través del ejercicio de las libertades de imprenta, de enseñanza y de asociación. Tesis para optar al grado de licenciado en Historia. Santiago: Pontificia Universidad Católica de Chile.

Revista de Santiago. 1872. Tomos 1 y 3. Santiago.

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