«Resistencia y lucha de mujeres en dictadura»

«Resistencia y lucha de mujeres en dictadura»

A 40 años del Golpe de Estado, la memoria histórica es todavía un campo de tensiones, reinterpretaciones y búsquedas por la verdad. Es necesario rescatar el proceso de resistencia de las mujeres ante la violencia institucional e institucionalizada, sus luchas y su trabajo por alcanzar la democracia.

Septiembre llegó con todo. Las historias de luchas y resistencias de miles de chilenos/as remecieron a buena parte de la sociedad, incluso más allá de nuestras fronteras. La conmemoración de los 40 años del Golpe de Estado se tiñó de un matiz distinto, porque «hoy nadie puede negar la historia reciente de Chile».

Observamos a una ciudadanía ávida de verdad y justicia, aquella que han demandado por años los familiares de las víctimas de la dictadura cívico-militar de Pinochet. La misma que han hecho suya abogados/as de derechos humanos, críticos del actuar de magistrados que nunca se pusieron en el lugar de las víctimas y de la constante negación de justicia. El reconocimiento de una historia insoslayable.

Sin embargo, la historia de un país que se resiste a la memoria no termina con los llamados al perdón o dar vuelta la página. Tampoco con la forzada reconciliación. Se reconocen las señas entregadas, que por mucho tiempo estuvieron ausentes, pero que aún son insuficientes. Insistimos, se requiere verdad y justicia para alcanzar la reconciliación de un Chile que se fracturó y que aún no sana sus heridas.

En esta historia sabemos el rol importante de las mujeres y sus resistencias en dictadura. Aquellas que –obligadas- tuvieron que partir al exilio, las que se quedaron y se organizaron en poblaciones, en organizaciones sociales, las que salieron a la calle, las que fueron torturadas, las feministas que nos dijeron «es posible alcanzar la democracia», las pobladoras y aquellas que desde la Iglesia protegieron a los más vulnerables. Y tantas otras.

La memoria sigue siendo un campo de tensiones y búsquedas de la verdad. El reciente anuncio del Presidente Sebastián Piñera de cerrar el polémico penal Codillera, recinto penitenciario que albergaba a los violadores de derechos humanos, para trasladar a los 10 condenados contra crímenes de lesa humanidad a Punta Peuco en Til Til, causó sorpresa. Se valoró que un Gobierno que cuenta con responsables civiles en su gabinete haya adoptado dicha medida.

A 40 años del Golpe de Estado, las mujeres siguen en resistencia y nos comparten sus testimonios, sus historias, las que guardaron por mucho tiempo, las que son parte de su proceso de reparación. Es su trabajo por alcanzar la democracia. Esos testimonios han sido recogidos por el Observatorio de Género y Equidad, porque sabemos que no es una cuestión de semántica, porque Chile el 11 de septiembre no asistió a un pronunciamiento militar, al contrario, fue un Golpe de Estado que se transformó en 17 años de una cruenta dictadura cívico militar. Compartimos sus historias.

Raquel Díaz, Abogada feminista, fundadora del Movimiento Pro-Emancipación de la Mujer Chilena, MEMCH ’83.

¿En qué estabas al momento del Golpe Militar?

Estaba en el colegio, en tercero medio, con un hermano estudiando segundo año de Medicina en la Universidad de Concepción y con un papá opositor a la Unidad Popular, pero un Demócrata Cristiano que creía que los golpes de Estado sólo traían fascismo, por lo tanto, muerte y desaparición. Se puso al servicio del naciente comité Pro Paz, a fin de ayudar a sacar gente, documentos, trasladar y apoyar con infraestructura.

Tenía 15 años, había participado en la Federación de Estudiantes Secundarios de colegios particulares. Estuve en la formación de centro de alumnos de mi colegio. Me gustaba ir a la UNCTAD (hoy Centro Cultural Gabriela Mistral, GAM) a comer sándwich y a escuchar música gratis. Música de Quilapayún, Inti Illimani, tiempos nuevos, el movimiento de la UP expresado en la cultura. No me sentía parte de nada. Imagínate que era estudiante de las monjas carmelitas, participaba en las comunidades de vida cristiana de los jesuitas en que recién ingresaba. El gran mandato de la espiritualidad era que tenías que comprometerte en la acción, si no, no servía de nada ser católica. Me empiezo a meter en trabajos voluntarios y en las poblaciones, aunque eso no me duró mucho tiempo porque me di cuenta que era puro paternalismo. Si la gente no se organizaba y satisfacía sus demandas por sí mismas eso no servía de nada. La caridad nunca ha servido para el avance social, para crear conciencia, sólo crea mendigos.

Volviendo al Golpe de Estado, recuerdo que estábamos en paro. Como colegio discutíamos la ENU (Escuela Nacional Unificada). Nos unimos con los maristas, el colegio alemán e hicimos jornadas de discusión de este proyecto. En ese tiempo todos queríamos ser actores. Había aires de participación, en que todo se discutía. El mismo 11 de septiembre había que ir al colegio, aunque estábamos en paro. Vivía cerca de La Moneda, por lo tanto las tanquetas y los tanques pasaron por la casa, vi el bombardeo de La Moneda desde el techo de mi casa. Los balazos y tanques se sentían. Salieron por la Alameda y llegaron a la Moneda, otros se fueron por Ricardo Cumming y Avenida Brasil.

Había una enorme preocupación familiar. Mi hermano estudiaba en Concepción, entonces sus documentos se quedaron en Santiago. Nos demoramos mucho en establecer comunicación. En medio de todo eso, llegaron a Santiago algunos de sus compañeros a esconderse a mi casa de Santiago, porque en Concepción la represión fue brutal.

En octubre del ’73 se organizó el Comité Pro Paz que estaba cerca de mi casa y había que ayudar en hartas cosas, como llevar sobres a determinadas personas, recibir sobres y sacar información para que salieran fuera del país. Me transformé en un buzón con uniforme y bolsón, tenía 15 años.

El ’74 fue complejo porque se empiezan a conocer las muertes, empiezan a aparecer los muertos en la calle. Ahí entendí de inmediato que esta cosa era a muerte, no importaba quien eras, sólo por sospecha de ser opositor al golpe te matarían. Me acostumbre a dormir con la desesperación de los gritos de la gente. Mi generación creció con el miedo y terror. La lucha permanente de sobreponerse al terror dependía si una hacia más o hacía menos, creo que era de las personas de mi edad en esa época que no tuvimos nada: no alcanzamos a tener experiencia política, nadie nos pudo decir nada porque estaban todos arrancando o presos, tuvimos que aprender al olfato, porque nuestro convencimiento nos decía que los golpes fascistas no podían ser, no podían imponerse a sangre y fuego, que eso no era posible, indistinta las razones, pero esa barbarie no.

Cuando entré a la Universidad a estudiar Derecho, se esmeraron en justificar el Golpe: no existían campos de concentración, no había detenidos, que esto era invento del marxismo internacional. A pesar de eso, una encuentra los argumentos para hacer oposición a esto. Participé en la pastoral, no era fácil participar porque el Rector se oponía a todo, incluso rezar el padre nuestro era subversivo porque Víctor Jara había hecho una canción con él. Una vez fuimos más osados y firmamos una carta donde exponíamos que se fuera Pinochet, que se acabara la dictadura y que no queríamos más muertes, eso fue como el ’77. Eso significó que nunca pude trabajar para la administración pública porque era considerada un peligro para el Estado.

¿Cómo llegaste al MEMCH?

En la experiencia de comunidades de vida cristiana y pastoral, había una hegemonía masculina absoluta, nosotras las mujeres éramos casi nadie (numérico y en lo que hacíamos). Empecé a participar en las conmemoraciones de los 8 de marzo, como estudiante de derecho y después como abogada. Empecé a colaborar en la Comisión Nacional Sindical y con las mujeres de los sindicatos.

Recuerdo que los 8 de marzo nunca se dejaron de conmemorar, aunque fuéramos pocas. El MEMCH nace el ’83 reeditando el MEMCH histórico Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena). Primero nace la Agrupación de Mujeres de Chile, MUDECHI, instancia del partido comunista, cuando las mujeres de los partidos políticos comienzan a armar organizaciones, «frentes» a la usanza de antiguos movimientos, que no tenía ninguna reivindicación de género. Cuando nace el MUDECHI tenía una clara hegemonía del partido comunista. Las mujeres eran primero militantes comunistas, segundo militantes comunistas, tercero militantes comunistas y cuarto eran mujeres. Por lo tanto, cuando el partido decía una cosa y las mujeres decían otras, el partido se imponía y eso sucedió también con las otras instancias políticas, del Partido Socialista, con todas…

El ’83 se juntan mujeres de distintas organizaciones y personas naturales en la casa de la Elena Caffarena, estaban Olga Poblete y mujeres de la época. En esa reunión se acuerda hacer una instancia coordinadora y se pone MEMCH 83 porque era el año ’83 y se reivindica el MEMCH histórico. Participan casi siempre Elena Caffarena y Olga Poblete, luego decidimos arrendar una casa porque empezamos a crecer en número.

Recuerdo que la primera protesta había sido en la Plaza Artesanos del año ’82 y el ’83 se conmemoró el 8 de marzo masivo en la calle. Por lo tanto, el ’84 decidimos arrendar una casa que estaba en Catedral que la arreglamos porque se estaba cayendo, nos conseguimos fondos. Esa casa la arrendé y el aval fue la Elena Caffarena. Nos instalamos organizaciones y personas, empezamos a funcionar más estructuradamente como instancia de coordinación. Creció a medida que crece el movimiento social, las protestas, el descontento y se va perdiendo un poco el miedo, a pesar que la represión era violenta, cuando el dictador se enojaba sentíamos fuerte la cosa.

Creo que el gran esplendor fueron los años ’87 y ’88. Más de 130 organizaciones en Santiago, nos permitíamos mandar material a provincia: Antofagasta, Concepción, Puerto Montt, Temuco etc. Las mujeres, en la medida que nos fuimos organizando y haciendo discusión colectiva nos dimos cuenta que nuestro problema no sólo era la vuelta de la democracia en el país, sino que también era en la casa y nos fuimos haciendo feministas y eso les pareció pésimo a los partidos políticos, porque siempre decían que esa era una demanda burguesa y que nosotras estábamos confundidas, que primero había que luchar por la democracia y que después íbamos a ver qué pasaba con nosotras y nosotras éramos la mitad de la población. Entonces no se trataba que la otra mitad nos dijera cual era el orden. A las que más les costó fue a las compañeras del Partido Comunista. Teníamos demandas propias y queríamos que esa otra mitad nos reconociera como actrices validadas. Era terrible cuando llegaban mujeres que nunca habían ido, que paraban el dedo y decían que la orden política era otra, ahí nos hartamos y nos sacábamos la mugre en las asambleas. A veces ganábamos, a veces no, pero cuando se imponían esas ideas «foráneas» de los iluminados masculinos, no resultaban tan maravillosas las manifestaciones, pero cuando eran resultado de nuestro trabajo, de nuestro tejido diario eran masivísimas.

¿En qué consistía particularmente la resistencia de ustedes?

Había dos resistencias: a la dictadura y a los partidos políticos. Dependía del movimiento social y de la coyuntura. En el año ’82 había hambre, se organizan las ollas comunes y mujeres que participaban en el MEMCH participaban en las ollas comunes. Las mujeres de los barrios, poblaciones después del término de la feria iban a pedir lo que sobraba y con eso se cocinaba. Después se hacían turnos, se organizaron y comienzan a juntarse más a no comer separadas y conversar. Ahí se desarrollo una solidaridad enorme. Además se hacía discusión sobre no aguantar que el marido les pegara porque llegaba curado, «está bien, está deprimido, le ha ido pésimo, pero a ella también le ha ido pésimo», y se empieza a tomar conciencia que ella también era una actora preponderante en el cuento. No le pasa sólo a los hombres, les pasa a ellas, a sus hijos… ahí comienza a haber cartillas de formación, instrucción, demandas, etc. También se hacen las arpilleras, cosas realmente bonitas, verdaderas obras de arte. Las mujeres comienzan a enseñarse entre ellas. Hay talleres de tejido y comienzan a vender. No sólo se hacen como denuncias las arpilleras, se comienzan a vender, a hacer despachos hacia afuera.

El trabajo de organización nace en torno a una actividad asociada a su rol histórico «que le es propio: cocer, cocinar, cuidar niños, etc.». Había tanto miedo, el juntarse con otras significaba romperlo. Hacer reuniones entre mujeres y de temas de mujeres era muy subversivo: «las mujeres están hablando». Fue subversivo para la dictadura y para la sociedad. A los hombres y las orgánicas de los partidos políticos no les parecía entretenido, nunca entendieron nada de lo que pasaba, hasta ahora no entienden lo que pasa con la otra mitad de la población.

El MEMCH era una instancia coordinadora de organizaciones, hay grupos en La Victoria, La Legua, La Pincoya, Huamachuco, La Palmilla… distintos grupos de mujeres, que se organizaban y nombraban a su representante. Iban a la asamblea y pedían apoyo, desde aprender a sacar balas, balines, a suturar, porque no podías llegar al policlínico herido. Era fomentar la organización y la demanda de la organización era según la coyuntura política que vivíamos: 82, 83 y 84 fue sobrevivencia.

Intentamos hacer calificación de mano de obra, no podíamos buscar apoyo del Estado. La calificación que se hizo fue en cosas muy tradicionales, cosas que no te sacan del sistema. Tratamos de hacer algo en construcción y electricidad, lo hacíamos con otras organizaciones. No te olvides que el MEMCH era una instancia coordinadora de organizaciones para discutir qué hacer políticamente y de repente una organización decía: «vamos a hacer eso», otra decía «qué interesante» y se acordaba hacer algo. El MEMCH era un consejo, eso era lo rico y cuando dejó de serlo fue complejo. Era su riqueza, cuando se termina su instancia coordinadora, la organización muere. Se aprendía de la experiencia de las otras, permanentemente, se hacía campaña de concientización sobre todo, sobre los derechos de las mujeres por ejemplo «soy mujer tengo derechos».

En el Caupolicán convocábamos la masa, nunca se valoró el aporte que se hizo. Nosotros convocábamos a las bases. El MEMCH movía a mucha gente. Nunca nos gustó que otras organizaciones cupulares nos vinieran a vender la idea y que nos hicieran sentir que nosotras sólo poníamos a la gente. Nosotros trabajábamos meses, ahí estaban las mujeres opinando. Los 8 de marzo y grandes movilizaciones se planeaban ahí y no nos sentíamos tan autoras, porque había otras instancias iluminadas que venían y nos imponían cosas.

La primera movilización de cada año era el 8 de marzo y por dios que nos costaba que se hiciera lo que nosotras habíamos decidido. Era un tironeo, el 8 de marzo se comenzaba a preparar en septiembre del año anterior, costaba mucho. No era fácil, no entendían que las mujeres tenían una diversidad propia, cuando salían los afectos ellos decían: «por qué están haciendo estas cosas si nosotros queremos que hagan esta otra cosa». Nosotras decíamos No, queremos hacer esto, y se daban las discusiones… era jodido, fue una escuela para aprender a discutir.

El Santa Laura es un bonito recuerdo. El reconocimiento que teníamos de los organismos internacionales, nosotras íbamos a hablar con la Comunidad Económica Europea, se nos recibía en reunión especial y se nos preguntaba cuáles eran nuestras propuestas y proyectos. A mí me tocó como encargada internacional, salir afuera, buscar recursos, presentar proyectos, nosotras éramos interlocutoras validísimas porque representábamos a las organizaciones de bases, ese era el gran capital humano que tenía el MEMCH. Queríamos que la dictadura terminara y queríamos que se nos reconociera, nos valoraran, por lo tanto sabíamos que la lucha no sólo era con el dictador, sino que también con el dictadorcito que teníamos adentro. Eso costaba mucho, se nos ninguneaba «ya están las mujeres con sus discursos», «ya se pusieron feministas». Cuando vuelve esta democracia, donde nosotras apelábamos a un Ministerio de la Mujer, la gran desilusión fue el gabinete del Aylwin, no había ninguna ministra.

Hay algo que no podemos negar, nunca se pudo dejar de hablar del tema de las mujeres. Hoy día no hay partido que no lo hable, sin que lo entiendan y no les importa. Pero no es políticamente correcto no hablarlo, es una ganancia. Nosotras somos molestosas.

¿A 40 años del Golpe de Estado que evaluación haces?

Nosotras merecíamos mucho más. Esto no fue la segunda guerra mundial, es decir, las mujeres se fueron a fabricar las bombas para la guerra y cuando volvieron los hombres, las mujeres volvieron a sus casas y los hombres a sus pegas, no fue así.

Estamos en el siglo XXI y aquí el gran tema es la igualdad, y la igualdad de género, y los partidos no la entienden. Esta sociedad es tan reaccionaria que es incapaz de entender que hay una mitad de la población que ignora a la otra mitad de la población. Hay que hacer estas comidas como las de Comunidad Mujer, gastarse toda la plata que juntaste en un año, invitar a medio mundo para que las noten, qué terrible… es terrible, para que te noten… ni siquiera para incidir… sólo para que te noten. Tenemos menos mujeres candidatas al parlamento que antes, entonces los partidos políticos y direcciones no quieren, no quieren entender, esto tiene que ser un golpe fuerte a la masculinidad al poder masculino, hay que tomarse el poder no más… porque no «van a entregar cargos, a nivelar sueldos». No somos minoría, somos la mitad. Nos tratan y nos someten como minoría, no lo entienden ni lo quieren entender porque no les conviene. La nueva masculinidad es para decir: «yo no soy tan bruto, soy evolucionado… pero mi puesto no me lo quita nadie».

 

Mireya García, Vicepresidenta de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos.mireya-garcia

¿En qué estabas al momento del Golpe Militar?

Era estudiante secundaria, era una adolescente. Militaba en la Juventud Socialista y era dirigenta de mi liceo. Hasta ahí llego la vida, lo que tenía pensado. Lo que era y hacía llegó exactamente hasta el 11 de septiembre de 1973. De ahí para adelante todo cambió.

Mi familia se disgrega porque cada cual se fue para el lado que supuso había que irse. Fui detenida el 19 de septiembre y eso marcó un quiebre en mi vida. Siempre he tenido la imagen de una joven con calcetas y prisionera de guerra, esa distancia es demasiado grande. Vivía en el sur en ese tiempo, hasta eso se terminó porque nunca más volvimos a vivir todos juntos ni mucho menos en la misma casa.

Fuimos detenidos un grupo de jóvenes socialistas, llevados a la Base Naval de Talcahuano en condiciones extremadamente violentas porque hubo una denuncia de vecinos que señaló que había gente extraña. Después de varios días de interrogatorios, de malos tratos y de todo lo inhumanamente vivido, llegamos a la Isla Quiriquina que estaba acondicionada como campo de prisioneros políticos, había mucha gente, entre otros mi padre. No sabía que mi padre estaba detenido ahí, fue un encuentro entre padre e hija muy fuerte y me decía «yo sabía que ya estabas detenida porque me lo había contado una niña joven en el Fuerte Rodríguez». Fue súper duro, una experiencia brutal estar detenida con el padre. Estuve cerca de un año detenida y mi vida se transformó radicalmente.

Después de la Isla Quiriquina en Talcahuano nos llevaron, a las mujeres que seguíamos detenidas, a la cárcel de Tomé. Esa fue otra experiencia porque se trataba de una cárcel común, con presas comunes. Luego quedé con libertad condicional, tenía que ir a firmar y estaba en el sur. Pensé que iba a superar lo que había vivido, es decir, que mi vida iba a seguir, pero me detuvieron dos veces más, me seguían interrogando sobre lo mismo, me seguían amenazando y era chica todavía. Tener que ir a firmar, aceptar las humillaciones y ya, cuando fui nuevamente detenida, me sentía muy amenazada, comprendí que las cosas estaban tomando otro cariz. Si me volvían a detener, efectivamente sucedería aquello con lo cual tanto me amenazaban, me daban a entender que si era nuevamente detenida nunca más saldría de ese lugar.

Conversamos mi situación con el Comité Pro Paz y consideraron de inmediato que debía salir de Chile. A esas alturas estaba muy dañada, porque hay momentos en que uno empieza a recapitular y se pregunta ¿qué pasó con mi vida? ¿Qué se hizo la vida que yo tenía? ¿Qué pasó con mi familia? ¿Qué pasó con mi casa, mis amigos, mis compañeros/as de liceo, de la juventud socialista? Te das cuenta que no hay nada. No están los mismos espacios, los mismos círculos, no están los mismos apoyos y los mismos afectos. No hay absolutamente nada.

Mi familia se destruyó. Mi padre fue detenido en tres ocasiones, vivió un intenso periplo porque además de estar en la Isla Quiriquina, pasó por Villa Grimaldi, Puchuncaví, Tres Álamos, Cuatro Álamos, apareció mi padre y fue expulsado a México.

¿Cómo fue tu proceso de resistencia?

Salí del país a principios del años ’75 y mis espacios de resistencia fueron otros. No pude volver a Chile, tuve prohibición de ingreso y regresé el año ’88, antes fue imposible. Tenía la letra «L» en el pasaporte y cuando tuve mi paso por Argentina pidieron mi extradición, cosa absurda porque no era una persona importante, era una cabra chica que era dirigenta estudiantil, pero que determinó el curso de ese exilio que nunca entendí así, sino como un tiempo de paz para reencontrarme conmigo y nada más. Nadie pensaba, en el exilio, que los años iban a pasar.

En medio de todo esto, detienen a mi hermano y desapareció en el año ’77 encontrándome en México. Me integré de lleno a lo que era el trabajo de solidaridad con la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y coincidimos varios familiares en México, armamos una organización importante que jugó una gran rol de apoyo, además que ese país se había convertido en un centro político de la resistencia. Tuve que acoger a mi padre cuando todavía no pensaba en superar mis dolores, y acoger a mi padre significó comprender un cerro más de dolores y juntos recibir la noticia de la desaparición de mi hermano. Fue una vivencia fuerte, incluso mi hermana también tuvo que salir de Chile. Mi madre quedó sola, enfrentando todo lo que se vino encima, es una historia muy dolorosa y traumática, nadie pudo estar con ella.

Desde que pude pararme y armarme un poquito dediqué mi vida a esto. Desde que desaparece mi hermano nunca más dejé de trabajar en derechos humanos. De México me fui a Suecia donde hice el mismo trabajo, con los Comités de Solidaridad, tenía un par de programas de radio dedicados a Chile, porque era nuestro tema y cuando regresas te das cuenta que las cosas no eran como las imaginabas, empiezan las frustraciones, el mirar hacia atrás poco a poco ir entendiendo lo que me había y nos había ocurrido. También te encuentras con el Chile luchador, que alzaba la voz, valiente. La llegada de la democracia cambió ese Chile, empezó a aparecer el otro, el ser mismo, más indiferente e individualista. Me faltaban esos valores que siempre se resaltaban y no encontraba la solidaridad por ningún lado. Para mí fue duro volver al país, y la verdad es que lo hice fundamentalmente por mi hermano, no porque tuviera una nostalgia especial por Chile. Sentía que tenía una deuda con él, y mis padres habían hecho más que suficiente.

¿En qué momento te sumas a la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos?

Llegó el año ’88 y a la semana estaba en la Agrupación. Al mes era dirigenta y nunca más dejé de serlo, nunca más dejé de trabajar en la Agrupación, y ha sido toda una experiencia de vida porque es dedicarle la vida a una causa, a visibilizar lo que pasó con mujeres y hombres de este país. Muchos años, esfuerzo, energía, pero ha sido un aprendizaje de vida. Aprender a vivir de una determinada manera en función de una causa.

Todo ha tenido sus costos, siento que he tenido una vida negada desde todo punto de vista, emocional, afectivo, de pareja, personal, profesional. Estudié una carrera cuando volví del exilio y creo que es lo único que he hecho por mí. Estudiando con enormes sacrificios, porque recuerdo que me desesperaba si tenía que estar en clases y no podía cumplir con alguna responsabilidad de la Agrupación. Me movía todo el día entre la Universidad y la Agrupación, fueron cinco años bien duros. Ha sido dejar de lado todas las otras dimensiones que tiene la vida, que son muchas y que también dan una riqueza especial.

¿Qué evaluación haces a 40 años del Golpe?

Esta conmemoración ha sido tan profunda. Me estoy conmoviendo tanto por todo. Por otro lado, me cuestionó muchas cosas, porque pareciera que cuando llegan determinadas fechas son como hitos, te remecen y a partir de ello vienen los análisis. Quizá van a pasar 10 años más en que todo va a seguir calmadamente hasta los 50 años del Golpe y ahí vendrá otro remezón.

Creo que lo logrado no se condice con lo que hemos hecho, intentado imponer como necesidad de país. En términos de verdad judicial, aquella que va a quedar establecida en la historia de Chile, estamos muy lejos de lo que se necesita. En términos de justicia me parece una vergüenza que tengamos 62 condenados, cumpliendo condenas, cuando existen casi 4.000 víctimas con resultado de muerte.

Siento que como sociedad no se produjo aquella enseñanza que te hace tener un muro de contención de acero en contra de la violación a los derechos humanos. No se construyó ese muro porque en Chile se siguen violando los derechos humanos y eso sigue siendo doloroso y frustrante al mismo tiempo. Existe la sensación de que esta lucha no obtuvo los frutos, en el sentido de evitar que eso vuelva a ocurrir. Tenemos a un desaparecido en democracia, José Huenante, joven mapuche y nadie se conmovió. Lo que se espera, cuando por 17 años se han violado sistemáticamente los derechos humanos, es que al menos la mitad de la población se va a mover, alzando una voz de repudio, eso no pasó y me provoca mucho dolor.

 

 karolinemayerKaroline Mayer. Directora de la Fundación Cristo Vive

¿En qué estaba Ud. al momento del Golpe Militar?

Llegué a Chile el año ’69 y me dediqué a trabajar con la gente. Compartir su vida, conocer su sentir, su manera de vivir, su dignidad, sus aspiraciones y esperanzas. Pensar que, en todo, que en algún momento Chile sería distinto, donde el pueblo dejara de estar marginado, que eran casi inquilinos en la sociedad. En los años ’60 se había despertado esta esperanza y se hablaba de justicia social. Clotario Blest había organizado la Central Única de Trabajadores, CUT y luchaba por los derechos de los trabajadores. Veía que las familias jóvenes buscaban un futuro de igualdad para sus hijos, dentro del país.

En un comienzo, me costó muchísimo entender lo que era el sentir de este Chile profundo. En el año ’71 viviendo con ellos y trabajando en la Población la Toma Áreas Verdes, sentí que el pueblo me abría el corazón y me dejó participar en todo lo que pasaba dentro; en sus organizaciones, manera de vivir y la construcción de un país. Las comunidades cristianas de base que habían nacido en este tiempo (entre el ’70 – ´73) después del Concilio en la iglesia, cumplían un rol importante.

Sin embargo, antes del Golpe de Estado había conflictos con mi Congregación, preocupación por lo que se venía. Porque de verdad es que muchas veces prioricé atender a un enfermo que responder a una realidad del Convento, por ello vivía en la población de Tomás Moro. Sin embargo, personas importantes decidieron que debía irme del país porque era conflictiva y porque, en un momento que el Presidente Salvador Allende nos había visitado, aparecí con él en el diario. Existió un temor en que la gente de la iglesia se volviera marxista o roja. Mi congregación me mandó de vuelta a Alemania, eso fue en marzo de 1973, antes del Golpe.

Me costó mucho irme, sabía que la gente me necesitaba en el país. Grité en el avión de dolor, porque sentí lo que iba a venir. Pese a que siempre hubo hostilidades, para mí era importante la armonía entre nuestro pueblo y las otras clases sociales. Me pude identificar con ambos lados, porque he vivido ambas situaciones de vida. Me dolía muchísimo y mi preocupación era abandonar a los pobres. Era un pueblo donde se gestaba algo como una nube oscura y amenazante. Había prometido, como misionera, que nunca más los abandonaríamos, porque sentía que la iglesia había tomado la decisión de estar con los pobres.

Mis compañeras con las que trabajé me escribían todas las semanas y me informaban de lo que pasaba en el país. Se me comunicó el mismo 11 de septiembre el Golpe de Estado en Chile y perdí comunicación. Pronto recibí las primeras cartas donde supe de la muerte de un amigo muy querido, Miguel Woodward en Valparaíso. Con Miguel había vivido tres meses en Calera en el año ´72. También mi compañera de la población me informaba que iba al funeral de John Alsina, acusado de francotirador, sabiendo que era un hombre de manos limpias.

Hubo un allanamiento del jardín infantil que levantamos en la población Alberto Hurtado. Todo esto ocurría mientras estaba afuera del país, con una impotencia de no poder ayudar en nada, comunicarme con los amigos, orar y trata de hacer algo por Chile.

Pronto supe las noticias de Helmunt Frenz quien estaba hablando con la prensa europea y a mí me importaban las noticias verídicas, digamos auténticas, no era fácil acceder a ellas. Hice un esfuerzo por lograr, lo antes posible, conquistar la voluntad de la congregación para que me permitiera regresar a Chile. Estaba en la lista negra y sabía que eso no podía ser posible porque había trabajado con las conciencias y autoestima de la gente. No había estado en ningún partido o asamblea política, de alguna tendencia, entonces por sentido común no podían tener argumentos contra mí. En esto me afirmé y el 18 de diciembre de 1973 retorné a Chile, momento en que terminaba los votos que había hecho para siempre en la Congregación y dejé la orden. Regresé con mucho miedo, porque la angustia es hasta el final, porque escuchaba las noticias de curas que habían tenido problemas y uno está en suspenso, en el avión me comía las uñas de los dedos en la confianza que Dios me permitiera entrar sin problemas. Lo único que quería era demostrar a la gente que no los íbamos a abandonar.

Ahora, por supuesto me encontré con un país distinto, con toque de queda, había tomado contacto con el Arzobispo Cardenal Raúl Silva Henríquez avisando mi regreso y los deseos de formar una pequeña comunidad religiosa, porque dejando la congregación no dejé la vida religiosa, entonces era encontrar una fórmula chilena para continuar en una comunidad. El Cardenal aceptó. El Obispo Sergio Valech y el Vicario Episcopal Juan Castro me apoyaron en un momento hostil, porque era regresar como intrusa, ya no con hábito y formar una pequeña comunidad con las personas que había trabajando antes, entre ellas Maruja Jofré, mi compañera de la vida religiosa que llevamos siempre en población.

Se encuentra con un Chile distinto ¿qué acciones vienen?

La primera cosa es estar con la gente y continuar el trabajo misionero en el sentido de las comunidades cristianas de base. Tuvimos que cambiar los horarios de nuestras reuniones, por el miedo que pudieran venir a denunciarnos como un grupo político.

¿Dónde ocurría todo eso?

En la población, cerca de la calle Alberto Hurtado. Ahí habíamos construido un jardín infantil que fue visitado por Allende. Había asumido un compromiso con la población Ángela Davis, que era una toma en Recoleta, una de las tomas más grandes del año ’70, con 1.700 familias, con un jardín infantil y antes de salir del país lo habíamos formalizado y funcionaba. Me sentía responsable, porque había impulsado con los pobladores de la toma esta iniciativa de auto ayuda para las mamás que no trabajaban y atendían a los niños de las mamás que salían a trabajar como empleadas.

A las pocas semanas me enfrentaba con personas que estuvieron con problemas de persecución concreta, que necesitaban ser escondidos, protegidos y necesitaban auxilios en todos los derechos humanos. Me encontré con el Comité Pro Paz (bendito sea Dios), me había inscrito en la Universidad de Chile para terminar mis estudios en medicina –antes había estudiado enfermería y recibido en ´72- ingresé mis papeles para revalidar lo que faltaba y pensé que podía compatibilizar el trabajo de la población con el estudio, para terminar así mi vocación más profunda. Sin embargo, empezaron a perseguir a la gente y había que auxiliarla. Tuve que optar, me pregunté «¿me la podré, estudiar y hacer este trabajo de servicio a la gente en situación de expuesta a perder la vida?». A esas alturas conocía algunas personas que habían muerto, habían desaparecido y estaban presas. Renuncié en el ´74 a los estudios y así sucesivamente, porque pensé que la dictadura duraría pocos años, que llegaría la democracia, que podría terminar mis estudios y no fue así.

El Cardenal me pidió si podía asumir el trabajo pastoral en la Población Ángela Davis, había vivido en Avenida Colón, zona de barrio alto, pero me mandó a esta llanura que eran 1.700 casitas, mediaguas y otras tantas miserias. Formamos en la población una comunidad cristiana. El jardín infantil que habíamos iniciado no tenía ni piso, atendíamos a los bebés que las madres dejaban porque necesitaban trabajar y conseguir alimentación. Me pasaron cosas maravillosas, tuve mucha ayuda. Por ejemplo, conocí al Coronel Osvaldo Pulgar que era el Director de ONEMI, ellos tenían toneladas de alimento precocido que había llegado unas semanas antes del golpe desde la RDA para el pueblo chileno y él me regaló camiones de comida. Conseguí con unos amigos de un diario alemán que nos regalaran dinero para poder tener agua potable. Estábamos conectados ilegalmente a la luz. Me atreví incluso a hablar con la Junta Nacional de Jardines Infantiles, porque antes de irme había conversado con ellos, para la alimentación. Conseguí que nos pagaran una educadora y una técnica. También los pobladores me regalaron mi casita, una mediagua.

¿Todo transcurría en la población Ángela Davis?

Si, como decían los pobladores, consiguieron dos paneles más para tener la casa más grande e instalé el policlínico en mi casa, donde había una camilla, farmacia, porque conseguí que me donaran muestras médicas. Formamos a pobladores, que sabían leer y escribir, para que aprendieran primeros auxilios. No teníamos consultorio y este trabajo era diario. Incluso un día me denunciaron por ejercicio ilegal de la profesión.

¿Denuncia de quien?

Desde el año ´76 había un agente frente a mi casa, que me vigilaba, de la DINA y después de la CNI. Esto me lo confirmó un poblador. Pese a la denuncia había una fila de 70 personas que esperaban atención, un par de voluntarios que tomaban la presión y yo atendía. Había personas que me decían con prepotencia que tenía medicamentos vencidos. Me pidieron que hiciera una solicitud formal para tener un Policlínico, pese a que no obtendría la autoridad porque me lo habían advertido, tendría los papeles de la gestión.

¿En años tan duros era mucho el miedo?

La gente tenía un miedo atroz. Es bien raro lo que te voy a decir, mi gran miedo era que me echaran del país, más que mi muerte. Sabía que si me torturaban no me sacarían nada, uno tiene un entrenamiento espiritual muy profundo. Tenía una fragilidad, en la noche en el sueño hablaba y ese era mi temor, que me sacaran información durmiendo. El miedo a que me echaran del país se mantuvo mucho tiempo.

En el Museo de la Memoria hay una acusación firmada por Lucia Hiriart de Pinochet. Sabía que me había denunciado porque fue a visitar dos veces la población, quería trabajar conmigo, pero le dije que necesitaba más gente, más apoyo y me mandó a Manuel Contreras a la casa, luego estuve presa, aunque me tuvieron que soltar luego. La embajada alemana y el Cardenal Silva Henríquez apoyaron mi libertad.

Teníamos todo funcionado, a 150 personas y pobladores contratados por la Fundación MISSIO, me sentía responsable por esta gente. Quizá tiene que ver con mi historia, nací el año ´43 y aprendí de mi familia. Mis abuelos habían estado en la resistencia contra Hitler y un poco lo que había aprendido era entonces importante para Chile. A los alemanes nos faltó coraje civil como herramienta de resistencia. Esa ha sido la forma de trabajo que hemos tenido, y nos atrevimos a enfrentar el argumento de los militares con las manos limpias, y es hacer acciones para mostrar resistencia, decirles que ustedes son hijos del pueblo, cómo van a estar en contra de su pueblo, es fuerte.

Pertenecí al Movimiento Sebastián Acevedo, no desde sus inicios, entré más tarde. Mi tarea estaba de Secretaria Ejecutiva de la Fundación MISSIO, entonces había temor si me tomaban detenida por quién haría el trabajo. Estuve en el Movimiento con Mariano Puga, José Aldunate, una cantidad de personas que eran realmente maravillosas, compañeros de trabajo que me ayudaron en la logística para hacer lo que tenía que hacer.

¿Pensó que iba a ser tan larga la dictadura?

Nunca. Hitler duro 12 años y esto era sin fin, era muy difícil salir del túnel y realmente su éxito es que duró muchos años. Siempre me preguntan ¿Por qué la gente no se recuperaba del susto de la dictadura? Hace tres años atrás, unos jóvenes hicieron un estudio para tesis de grado y les preguntaron a los alumnos por qué no se inscribían en partidos y los jóvenes, en un número importante, contestaron que no participaban en política porque sus padres habían sido castigados muy duramente. La dictadura fue hace muchos años, pero todavía tiene un eco, eso no lo hubiera creído nunca.

En el año ´78 dejé la conducción de la MISSIO con la ilusión de volver a mi proyecto inicial, de organización popular y que la gente en sus Juntas de Vecinos, la comunidad, diera respuesta a sus necesidades, como lo había hecho en el ´69, porque asumiendo responsabilidad la gente crece. Me di cuenta el año ´89-´90 que toda la formación comunitaria, toda la organización popular estaba destruida. Había miedo a organizarse, miedo en libertad y la gente estaba como un hielo hasta el día de hoy. Esto va junto con un permanente impacto del individualismo, no hay nada que mover. El sistema neoliberal instaló un país individualista.

A 40 años del Golpe de Estado ¿Es posible hablar de perdón o dar vuelta la página?

La iglesia ha trabajado por la reconciliación, por la verdad, el pedir perdón y reparar hasta donde se pueda. Un país sin reconciliación no puede liberarse. Escuché a alguien en la televisión, que tenía 16 años al momento de la dictadura, y reconocía que no había abierto su corazón para escuchar lo que pasó en el país, que si bien no había hecho nada malo, tampoco le dijo a los militares o a quien sea, esto no se debe hacer. Sí escuché al senador Hernán Larraín en su pedir perdón, le tengo un tremendo respeto.

Es realmente dramático, pero es mirar la vida en otras dimensiones. Siento que a 40 años hay mucho por reflexionar. Necesitamos una Asamblea Constituyente, porque no podemos remitirnos a dar legitimidad a una constitución que fue impuesta en el año 80 y que nos rige. Falta coraje civil, con manos limpias, con participación de ricos y pobres, necesitamos que nuestras izquierdas dialoguen. No necesitamos una capucha para esconder caras, necesitamos caras limpias, vernos unos con otros.

 

 

Sandra Palestro. Luchadora y dirigenta social. Integró el Comité Monumento Mujeres en la Memoria.sandra-palestro

¿En qué estabas al momento del Golpe Militar?

Era profesora básica, estudiante de derecho y militante del partido socialista. Tenía una participación bastante adscrita al gobierno de la Unidad Popular. En todos esos lugares había discusión política, organización y acciones a favor del Gobierno. Había una militancia en todas partes.

Trabajé haciendo clases en escuelas abiertas para dar acogida a todos los niños y niñas en edad de estudiar. Ahí faltaban profesores y llamaron a los egresados para cubrir esos espacios, mejor aún si tenían cursos en pedagogía. Estudiaba pedagogía en química, fui una de esas profesoras llamadas «Marmicoc», que recibimos instrucción en el magisterio. Una escuela básica que era puro corazón, fue una experiencia maravillosa. Los niños entraban indiscriminadamente ahí, había muchos con problemas (down, conductuales, etc.). Hicimos un curso de diferencial y al año siguiente los niños se volvieron a su curso regular porque ya estaban integrados.

En la escuela nos dimos cuenta que los niños que tenían bajo rendimiento se debía a que sus padres eran analfabetos o tenían baja escolaridad. Hicimos una escuela nocturna para alfabetizar y nivelar a los padres. Me ofrecí en la fábrica Nietos Hermanos, ahí alfabeticé a 9 alumnos (mujeres y hombres) y el interventor de la fábrica me preguntó el nombre de los alumnos y los ascendió en una asamblea. Esos mismos obreros me escribieron contándome que la fábrica había puesto un bus de acercamiento a los trabajadores (eso mostraba que ellos habían aprendido a leer). Otro ejemplo que da cuenta del espíritu de esa época fue la invitación que recibí de la Embajada Rusa para conocer a la Valentina Tereshkova –la primera mujer astronauta- y no fui, justo tenía clases con los obreros. Es algo de lo que me arrepiento porque la admiraba.

En la escuela de derecho era todo conflicto. Pensando que el pueblo necesitaba que alguien lo defendiera, alcancé a estudiar tres semestres. No podíamos concentrarnos en los estudios porque era muy fuerte la disputa, era la cuna de la derecha. Además, al lado teníamos la Editorial Quimantú.

Lo otro fue la militancia partidaria. Los jóvenes cumplimos una función importantísima hacia fines del Gobierno de Allende con las paralizaciones. Me acuerdo de haber estado cargando mucho tiempo harina desde los camiones estatales.

Luego vino el Golpe de Estado. Caí detenida el 2 de octubre, quizá se debió a la detención de varios familiares en el Estadio Nacional. En calle Vicuña Mackenna, el orfeón de carabineros me detiene junto a mi hermana, nos pide los documentos y dice: «dos Palestro, me hice el día». De ahí nos llevaron a la sexta comisaría, nos llevaron con un hombre que lo tiraron al piso del jeep y nosotras teníamos que ponernos a los pies de él. Desde la sexta comisaría nos llevaron al Estadio Nacional, ese hombre no fue con nosotras –el ya estaba golpeado al salir del orfeón-, fue un desaparecido. Los carabineros de la sexta comisaría decían que había ido con nosotras y los militares decían que no, que no había llegado con nosotras al Nacional. Luego fui a la Vicaría a dar mi testimonio, corroboramos que no salió con nosotras de la comisaría, que allí lo mataron. Estuvimos con mi hermana 10 años dando testimonio, 10 años después me mostraron una foto… fue tremendo. Otro testimonio que di, fue cuando vi llegar a Alberto Corbalán al Velódromo del Estadio Nacional, le dio un ataque al corazón, lo vi llegar mal. Les grité, les dije que se necesitaba un médico.

Bueno, estuve un mes en el Estadio Nacional, la calidad mía, de mi hermana y de América Zorrilla era de rehenes de guerra. Ellos querían a nuestros padres. Cuando apareció la noticia, a finales de octubre del ’73, que mi papá se había asilado en la embajada de Noruega, nos soltaron 15 días después. Llegué a mi casa hecha un desastre, estuve en cama como tres días. Mi mamá entró a mi pieza vuelta loca, agarró un bolsa con ropa y me decía «ándate de aquí… ándate», porque habían llamado de la casa de mi compañero que iban los pacos a buscarme. Me asilé en la embajada de Noruega, donde estaba mi papá y en enero salí. No tuve opción.

¿Y en el exilio qué hiciste? ¿Qué hiciste con las mujeres?

Ahí estaba el activismo desatado, las circunstancias de los exilios son muy distintas. Estuve un año y medio en Noruega, muy activa en el Comité de Solidaridad con Chile. Nos fuimos de Noruega a Venezuela, mi papá no soportó. Los parlamentarios del MAS lo llevaron a Venezuela y él hizo gestiones con el Alto Comisionado en el Programa de Reencuentro y nos pudo llevar a Venezuela donde todavía estaban los guerrilleros en la montaña, estaba en una recomposición democrática. Mi círculo, el ambiente político era de la guerrilla, el feminismo no tenía cabida. Había mujeres guerrilleras, pero las conversaciones e intereses eran otros, yo no tuve un acercamiento al feminismo y organizaciones de mujeres en el exilio. Habíamos hombres y mujeres que participábamos en el activismo, es probable que yo hacia el café, pero era algo tan naturalizado.

En el año ’83 vuelvo a Chile, era la segunda lista –creo- de esas que indicaban las personas que podíamos volver. Volví en el mes de noviembre, feliz, porque en diciembre estaba el acto en el Caupolicán. Primero fue mi encuentro con las mujeres, después con el feminismo. Yo venía muy mal, venía muy fragmentada, para vivir tú compartimentas cosas. Estaba mal psíquicamente, pasé 14 años sin contarle a nadie lo que me había pasado. Tenía insomnio, nada me entretenía, tuvo que venirme un quiebre fuerte para que me diera cuenta de eso. El activismo desatado de esos tiempos te hacia olvidar tu propia persona, no darte cuenta de lo que te estaba pasando. Era muy difícil hablar, sabíamos que había personas que estaban en situaciones similares, hubo un silencio muy largo.

Esa contención de las mujeres, tempranamente mis amigas la Elena Berger del Movimiento Sebastián Acevedo, la Haydé López de la Vicaría de la Solidaridad, mujeres con las que nos hicimos amigas en las acciones de ayuno… la Fanny Pollarolo, ellas fueron mi piso, empecé a pisar más fuerte con ellas.

Después en el Departamento Femenino del Partido Socialista, estaba con Nelda Panicucci y otras compañeras y conocí a la Edda Gaviola, Lorena Loprestí y Lenina del Canto quienes llegaron con un documento, lo leí y dije: «esto es… con esto yo estoy de acuerdo» (documento escrito por ellas para la juventud socialista), con ellas me convertí al feminismo.

En eso estuvimos hasta el final de la dictadura, tuvimos harta influencia en las chicas más jóvenes y en las compañeras más antiguas, entendieron este conflicto, fueron muy afectivas. Tuvimos una participación bastante activa en el Movimiento de Mujeres y teníamos mucha cercanía con las feministas, éramos un buen puente, a las compañeras comunistas les costó mucho más hacer el nexo entre la lucha antidictatorial y esta otra lucha.

En las cercanías de la democracia, nos unimos en el Partido Socialista (unificación del PS) las discusiones sobre el poder y los cargos no lo resistí. Me fui del partido en el ’89 y no volví más. Hasta ahí todo iba bien. Incluso recuerdo que apenas llegué el ’83, los compañeros del MDP me buscaron y me dijeron que tenía que entrar a la dirección porque era necesario, yo venía hecha pebre, me dijeron «usted compañera tiene que olvidarse de sí misma, tiene que despersonalizarse». Después también viví otra situación de minusvaloración contra las mujeres, hicimos una carta al Vice Comandante (…), le dijimos de todo, lo hicimos sabiendo que eso podía costarnos prisión y ahí un compañero del PS me dijo «firme Ud. no más compañera porque yo sirvo más afuera». Efectivamente nos requirieron y nos tomaron presos, quedamos después en libertad provisional firmando una vez a la semana, al tiempo supe que mis compañeros firmaban una vez al mes. Venía la democracia y ese proceso debía cerrar y estábamos con libertad provisional, con arraigo nacional. En el año ’92 quise salir a Guatemala, me negaron el pasaporte, aún estaba con arraigo nacional, nunca supe que yo misma debía mover eso.

¿Recuerdas alguna acción especial de resistencia?

Hicimos bastantes cosas memorables como «El No me Olvides». Estaba Mujeres por la Vida, una coordinación de la vertiente del Movimiento de Mujeres. Nos reuníamos en teatros, éramos un gran número de personas que nos organizamos para eso. Eran figuras inmensas y debíamos ser muchas las que saliéramos con esas figuras, se necesitaba muchas mujeres. Esa acción fue muy impactante. El discurso se daba en distintas partes de la calle, la Tatiana Gaviola decidió grabar el que di yo. Admito que fui bastante visible, nunca fui de la plana mayor, pero estaba en todas, éramos de ese departamento femenino del PS que teníamos el estatus partidario que informaba a las demás.

En la acción de Carlos Antúnez, me tocó tirar los panfletos, andaba con un poncho y con un canasto. En el Estadio Santa Laura, todos los 8 de marzo hacíamos reuniones enormes, éramos más de 100. Estuve en todas, en toda esa parte de organización.

¿Qué evaluación haces a 40 años del Golpe?

Nosotras hacemos política, hay otra política institucional que también la conozco. Me sentí muy feliz que termináramos con la dictadura, la crueldad era tanta que no la podíamos soportar, era siempre más cruel, después de los degollados vinieron los quemados, no se podía soportar. Había una actuación política de la que yo me sentía un poco ajena porque estaba en esta cosa más movimentista con las organizaciones de mujeres. En una ocasión me hicieron una entrevista y algo me hizo clic reflexionando para esa entrevista, sobre el silencio (en el contexto del Informe Valech), el silencio sobre los torturadores. En otros países se acordó 30 años, y aquí se acordó 50 años para hacer pública la información de las declaraciones en ese Informe, allí pensé, este es un gobierno cobarde. Entonces sí pienso que pudo ser mejor. Pienso que al final del Gobierno de Bachelet, los políticos de la Concertación estaban festinándose, merecían este castigo, había demasiada frivolidad. Tantas cosas que se hicieron que nos penan, tan hechas en los marcos de este sistema neoliberal: la bancarización, privatización de las aguas, bancarización de las deudas de vivienda, de la educación. Debe ser mi forma de ser, pero no quisiera que las discusiones fueran consignistas o como vómitos, quiero que sea fundadas para que aprendamos y construyamos un camino hacia algo que queremos.

La situación entre los políticos que están en la institucionalidad de los partidos, el Estado y las personas que estamos en los movimientos es un diálogo de sordos, no hay puentes, no hay caminos. Hay un abismo que no permite que encontremos caminos para enfrentar estos enemigos: la iglesia, la derecha económica, los medios de comunicación, todos quedan válidos porque estamos en un diálogo de sordos.

Quiero un país para todos y todas, no para ellos no más. Hay que encontrar los caminos. Nosotros que vivimos esta experiencia del golpe, el exterminio, que con suerte estamos vivos debemos pensar en la derecha ¿qué vamos a hacer? Si sabemos que se aferran a sus intereses y cualquier cosa que los amenaza, piden a las fuerzas armadas. Debemos construir algo.

A falta de una pertenencia a algo más amplio, que nos permita ir más colectivamente, desde la Red de Violencia contra las Mujeres pienso que la conciencia es algo fundamental. No pretendo cambiar el mundo, pero sí despertar conciencia, una conciencia que les permita comprender y entender lo humano, mirar los objetivos y claves de la reproducción de la violencia. Si las mujeres logramos entender que vivimos en el patriarcado, tal vez logremos ver que sin el patriarcado de los partidos podemos dar pasos a mayor humanidad.

El informe Valech me revolvió y busqué a la compañera argentina que compartía la celda conmigo en el Estadio Nacional y nos encontramos, después de 27 años, en Argentina, y en el 2010 yo la invité acá, pasamos juntas el terremoto y ella me dijo: «yo no me junto más contigo». Me he visto con muchas otras compañeras, hicieron además un monumento en el camarín y ahí nos hemos reunido.

 

vicky-quevedoVicky Quevedo. Feminista y Comunicadora Social.

¿En qué estabas al momento del Golpe Militar?

En marzo del ’73, entré a estudiar Física en el Pedagógico. Era nueva, no ubicaba a nadie y conocí a una compañera que me llevaba en auto, que era un poquito sola en la vida. Estaba muy entusiasmada, todo era nuevo y me enamore de un chico, «Pato», joven comunista que se tomo el Pedagógico. Entonces iba en las mañana a dejarle un sanguchito porque él dormía en la Universidad. Un día le dije que quería entrar a las gloriosas juventudes comunistas y me respondió que «no», porque yo andaba con mi compañera (la que me llevaba en auto) y estaba adquiriendo fama de «momia». Me dijo entonces que debía pedir militancia en Patria y Libertad, que eso sería muy bueno para el PC. Cuando llegó el Golpe había alcanzado a ir a dos reuniones de Patria y Libertad.

La señora que trabajaba en mi casa me dijo señorita Vicky vaya enseguida a la Universidad porque hubo Golpe de Estado y se va a quedar sin micro. Reconozco que tenía identidades múltiples, porque por un lado tenía a este compañero que me encantaba y por otro lado, en mi barrio había participado mucho ayudando a las Juntas de Abastecimiento Popular, JAP.

Sin embargo, recuerdo que en medio de todo esto un día fui a una fiesta, pinche con un chico y luego de vernos un par de veces me dijo que «había llegado el momento de conocer a su familia». El mismo día 11 de septiembre de 1973 iba a ir a conocer a su familia, pero él no llegó a buscarme. Pasaron cuatro días más o menos y de repente me dicen «hay una patrulla militar en la puerta». Tengo una hermana, casada con un militante comunista, que estaba en Suecia, porque había salido en el primer avión que se llevó gente afuera del país. Bueno, entonces esta persona con la cual había «pinchado en la fiesta» llegó vestido de militar. El tipo era un milico del Servicio de Inteligencia, me quería morir, pero mi madre me dijo «no puedes terminar con él mientras tu hermana no se vaya a Suecia».

Por muchos años busque su nombre en la lista de torturadores, con pánico de que apareciera, pero no fue así por suerte. Me tuve que hacer la loca hasta que mi hermana tomó el avión. Nosotros nos fuimos de esa casa, por donde viví 18 años al mes del Golpe. Luego él no supo donde me cambié.

El Golpe me encuentra con todo esto. Con toque de queda salí a la casa de los compañeros de la JAP. Conocía tan bien el barrio, que no tuve miedo. Después nos los vi nunca más. No tengo idea que pasó con ellos.

¿Después que vino?

Me fui al Colegio Santa Rita y me contrataron como profesora de matemáticas. Hacía clases a los niños de básica. En marzo del ’74 me fui a Valparaíso, estudié dos años Ingeniera Eléctrica, aunque la verdad quería estudiar astronomía. Ahí conocí a Pablo Lozan, un compañero encantador que me decía que nos teníamos que ir del país. Vivíamos el toque de queda, la chatura de un país, no sabíamos quienes eran nuestros profesores. A los dos años decido irme a Suecia y ahí empezó mi exilio.

Llegué a Estocolmo a la casa de mi hermana, alcancé a estar dos semanas y mi cuñado se encargó de hacerme sentir incomoda. Me dijo que podría quedarme en el país gracias a un recurso político y que en rigor no lo merecía. Debo confesar que los dos años que alcancé a estar en Chile, después del Golpe, tuve mucho miedo. Empezó a desaparecer mucha gente que conocía, partiendo por la gente de mi barrio.

Lo que hice en Suecia fue auto exiliarme, pedí refugio político y luego me fui a vivir a una pieza estudiantil, donde todos eran parte del conjunto folclórico Ranquil perteneciente al Comité Salvador Allende. Comencé a trabajar en todas las actividades de solidaridad con Chile, en los puerta a puerta, reunir plata para los compañeros del interior y rápidamente aprendí hablar el idioma. Luego pedí militancia en las Juventudes Comunistas, porque era lo que había en Upsala.

Fui una persona muy activa. En Suecia me dedique a trabajar por todas las solidaridades. Se me iba la vida en eso, pero lo pasaba muy bien. El exilio fue una sensación de no parar de aprender y sentirme parte de los extranjeros comprometidos con los procesos sociales y revolucionarios de distintos lugares del mundo.

Estudié matemáticas puras, aunque siempre quise estudiar astronomía, pero los compañeros me dijeron que la revolución se hacía primero en la tierra, luego en el cielo. No tuve respuesta frente a eso, pero aprendí y, trabaje mucho. Fueron años maravillosos.

¿En qué momento te encuentras con el feminismo?

Viajamos con mi hermana a Chile, muertas de susto en el año ’79, pero a ella no la dejaron ingresar. Se quedó retenida en el aeropuerto con sus dos hijos, luego los soltaron. Fue algo muy loco y recuerdo que ese año se hizo el primer pleno de la Izquierda Cristiana, (IC). Me pidieron que le entregará un paquete a Jorge Montealegre, luego él me pidió llevar un sobre a Bosco Parra que estaba a cargo de la IC en el exterior, en ese sobre iba la síntesis del primer pleno.

Cuando iba a camino al aeropuerto –de regreso a Suecia- una amiga me dice «me imagino que no llevas nada». Llegando estaban los militares revisando las carteras. Para descartar cualquier revisión mi amiga hizo un escándalo (inventado) con el piloto del avión que había sido su amigo. Gracias a eso me salve.

En el año ’82 viaje por un problema de salud de mi padre, un cáncer y una amiga me contó que existía la Academia de Humanismo Cristiano donde se realizaban muchos talleres y que aprovechando mi estadía podíamos hacer algo juntas. El taller que me sugirió se llamaba «Toma de conciencia de la situación de opresión de las mujeres» y lo daba el Círculo de Estudios de la Mujer. En ese taller conocí a muchas feministas, entre ellas a la Julieta Kirkwood, Eliana Largo, Isabel Gannon…a las históricas de la época. Hice un taller genial y cuando estaba por terminar se organizó una actividad de tres días sobre las mujeres: «Yo mujer, Tú Mujer, Nosotras las Mujeres». Le pidieron al grupo de teatro del Círculo de la Mujer un sketch, de los que hacían y pensé que pena que termine todo esto. La Eliana Largo dice: se necesita una mujer en el grupo de teatro y me invitaron a participar.

Después de toda la aventura, me invitaron a una comida en una casa donde operaba el círculo central de las feministas y conocí a la Julieta Kirkwood más cercanamente. Me hice de muchas amigas, pero tenía que volver a Suecia. Decido regresar el año ’84, cuando se había formado el Centro de Estudios de la Mujer (CEM) y Casa de la Mujer La Morada. Alcancé a participar en la última reunión del Círculo de las Mujeres, cuando se divide todo.

Me comunique con la Julieta, le dije que venía de la Universidad a realizar una evaluación sobre un Centro de Educación Popular de Mujeres. Le pregunté si podía ser mi profesora guía y encantada aceptó, pero me dijo tenemos que hacerlo porque ese Centro no existe. Así comenzó un vínculo más estrecho con la Julieta.

Cuando comenzó a funcionar La Morada, participé en una de sus primeras reuniones, en las que se eligieron coordinadoras y junto a Margarita Pisano pase a ser una de ellas. La Morada iba a ser el centro de acción feminista y el CEM, el espacio donde se iba a sistematizar, estudiar e investigar. Es decir, nunca se planteó como algo separado. Hicimos talleres en las poblaciones, salimos a la calle, hicimos rayados, volantes y además teníamos una sede política llena de mujeres brillantes. Teníamos un país que podíamos cambiar.

¿Recuerdas alguna acción especial de acción de las feministas?

Me gustaba recoger en los talleres, lo que a las mujeres les pasaba. Hacíamos talleres en las poblaciones, en La Morada donde iban mujeres de clase media. Sentía que dábamos una lectura política que no lo hacía nadie más.

El amplio movimiento de mujeres estaba compuesto por muchas organizaciones, pero la mayoría ligada a los partidos políticos que lentamente se empezaban a rearticular. De hecho Mujeres por la Vida era una súper estructura, pero no era una organización que trabajará con mujeres como el movimiento feminista lo hacía. Éramos un espacio mucho más abierto y participativo.

Nuestro modo de hacer resistencia era la actitud, tan irreverente y subversiva. Todo era jugar entre lo extremadamente peligroso, que incluso te podía costar la vida, pero era algo tan creativo. En Chile estaba todo por hacerse, lo que la historia nos había negado. Había un compromiso con los cambios. Una pulsión en la mitad del horror de la dictadura. En las manifestaciones que se realizaban llevábamos el registro de la represión y se lo entregábamos a los medios internacionales.

¿Democracia en el país y en la casa?

Todas las mujeres venían de centros de estudios y la Julieta es la que propone que se arme una organización de mujeres y se llame movimiento feminista, con la idea en que todas puedan participar. El movimiento feminista surge como instancia para dar cabida a todas esas mujeres, a todas esas organizaciones.

Una noche de toque de queda, estaba la Julieta con algunas compañeras e inventan «Democracia en el país y en la casa», rayan un montón de servilletas. Al día siguiente salen en el auto y las tiran en la calle. Las feministas veníamos de la izquierda, donde siempre está en cuestión lo público, pero no así lo privado. Fue brillante esa consigna, haber asociado a la idea de democracia en el país también la casa. La lucha nuestra no era sólo con el militar dictador, sino también con los dictadores que estaban en nuestros queridos hogares y en muchos casos eran los padres de nuestros hijos. Ampliar la lucha a ese terreno fue radical y molestó mucho a la izquierda de la época. Fuimos muy descalificadas, pero el movimiento feminista, inserto en el amplio mundo del movimiento de mujeres, tenía una proyección hacía fuera de pasarlo bien.

Después vino la transición y en La Morada tuvimos una radio. No hubo límites para lo que hacíamos, con esa sensación de que nunca lograron quitarte el país.

¿Qué evaluación haces a 40 años del Golpe?

Los procesos culturales y políticos son lentos. Estoy viva y me tocó enfrentar esa época, aún la tengo muy cerca. Quedó una huella que cuesta dimensionar. Si me preguntas sobre los principales avances durante la transición en materia de mujeres, no hay ninguno que no haya sido parte del movimiento feminista. Teníamos nuestra agenda, temas y luchábamos por mucho más de lo que se iba conquistando.

Con los años he aprendido que los movimientos sociales no son para administrar el Estado, son para configurar un horizonte. Hasta que se llega ahí, pueden pasar muchísimos años. El movimiento feminista puso todos los temas que poco a poco se han ido transformando en leyes, han estado en el debate. Siempre hablamos de la violencia contra las mujeres, del acceso a los espacios de poder. Ocurre que las feministas no nos damos el permiso de sentirnos orgullosas de haber conquistado algo. Todos mis placeres han sido plurales y colectivos. Espero que las mujeres jóvenes recuperen eso.

Los avances nuestros como feministas hay que leerlos dentro de la gran estafa que fue la Concertación. Mientras luchábamos y conquistábamos un montón de lugares, nunca imaginamos que la Concertación estaba negociando hasta la pared del frente.

 

Rosa Riveros, Presidenta de la Coordinadora de Mujeres de Puente Alto en dictadura.rosa-riveros

¿En qué estaba al momento del Golpe Militar?

Es que no lo vas a creer, pero justo al momento del Golpe andaba comprando huaipe en Recoleta. Luego estábamos en la Alameda con una compañera, estuvimos en el suelo tiradas en la micro, porque sentí los balazos, fue una cosa terrible, de pensar que no ibas a llegar a tu casa, porque nos dijeron que nos tiráramos al suelo. Llegamos a la casa con mucho miedo.

Trabajaba con una vecina, salíamos en la mañana temprano a comprar y en las noticias escuchamos que se habían tomado el Gobierno, nos devolvimos un poco y fue ahí que nos encontramos en la Alameda con este problema, y nosotros vivíamos en un campamento político, todos decían que era del Partido Comunista y nos tocaba hacer guardia en la noche, era una toma y la idea es que no entraran otros porque no cabíamos más. Nos tiraban piedras, a veces –pucha- poco menos que los militares, porque no nos dejaban ocupar el terreno. Hicimos casas de madera, nos quedamos eternamente ahí, la toma duró 12 años, desde el 25 de febrero de 1972.

¿En qué condiciones llegaste a la toma? ¿Con hijos, casada?

Llegué con frazada en la mano, porque se decía que se ponía la frazada así como una carpa, llegué sola y dejé a mi hijo con mi mamá, y cuando él llegó a la casa, le dijeron que me había ido a la toma de la Panamericana. Fue larga la lucha, no era cosa de una semana y lo que venía era peor, porque ahí nosotros quedamos como un campamento político, pensaban que lo iban a estar atacando. Luego nos juntamos como agrupación, se armaron grupos de mujeres y nos juntamos en talleres. A mí me habían ofrecido ollas comunes, pero no me gustó esa parte.

La iglesia nos dio la posibilidad de organizarnos. Se armó un primer grupo, en un principio éramos tres mujeres, al año siguiente fuimos 8, después 20, 30 y así se hizo un taller muy grande, año a año el taller fue creciendo hasta que éramos 40 mujeres.

En los talleres me enseñaron a tejer. Luego seguí enseñando por muchos años y de ahí nos juntamos con mujeres, íbamos a la iglesia y el cura nos dijo que nos pusiéramos a vender. Nos acercamos a la Vicaria -en el paradero 16 de Gran Avenida- ahí conocimos a una asistente social que nos asesoró, ayudó. Preparamos desayunos en la mañana para los niños que no tenían qué comer e íbamos a buscarlos a sus casas. Todas teníamos en común la pobreza, éramos mujeres jóvenes y nuestro trabajo estaba orientado a buscar alimento. Enviamos cartas para que nos ayudaran con harina y manteca. Hacíamos pan amasado y trabajábamos seis madres del taller, las más pobres, entre ellas yo. Con mi marido íbamos a recoger leña a Gran Avenida y nos dividíamos el trabajo: unas amasaban, cocían el pan y otras tenían que venderlo y esa plata se juntaba. Una vez al mes se dividía para las seis madres que no teníamos recursos, más que mal no teníamos para el pan.
En medio de todo nuestro trabajo, no sólo hablábamos de temas manuales. Nos asesoraban y conversaban de los hijos, métodos anticonceptivos, charlas, eso duró como diez años, después quedamos solas y salimos adelante. Todo esto sucedió cuando estábamos en el campamento. Luego nos cambiamos.

¿Qué paso cuando se fueron del campamento?

Hubo mucha pena porque en el campamento teníamos las cosas que logramos con mucho esfuerzo. Después fue ver cómo íbamos a conseguir ayuda. Lo que pasó es que nos sacaron de Santiago a Puente Alto. Muchos hombres quedaron sin trabajo, por las distancias, ahí llego lo peor, pero la Vicaría de Gran Avenida nos ayudó mucho y empezamos a luchar. En Puente Alto había muchas agrupaciones, muchos talleres y me fui metiendo, entregando mis experiencias, lo que sabía, ofrecía, aprendí y enseñé. Ahí vino una suerte de querer conquistarme para que perteneciera en la directiva de la Coordinadora de Puente Alto que eran muchísimas organizaciones. Entre el año ’83-’84 llegué a ser Presidenta de la Coordinadora de Mujeres de Puente Alto.

Muchas mujeres tuvimos que trabajar y lo hicimos en el POJH (Programa Ocupacional para Jefes de Hogar), la idea fue para buscar una entrada económica más. Me acuerdo que en esos años mi marido estaba sin empleo, tuve que trabajar porque tengo un hijo con problemas físicos, con una neuropatía crónica y no lo podía llevar a la Teletón porque necesitaba una libreta, y si trabajaba en el POJH tenía derecho a esos beneficios. En el POJH sufrimos muchas mujeres porque eran demasiado estrictos para lo que pagaban y nos explotaban.

Hicimos muchas cosas, los talleres de tejido eran una parte importante. Tejíamos, conversábamos y nos juntábamos una vez a la semana. Estuve más de 20 años en eso. Se armó una rutina, trabajábamos para hacer actividades en la playa y le llamaban vacaciones urbanas, pero con tu propio esfuerzo, porque vendíamos completos en la calle porque no teníamos monedas.

Me acuerdo que la Gabriela Pischedda, que es una persona como la Tere Valdés, nos regalaba un saco de porotos y con eso cocinábamos. Estuvimos en un grupo con la Tere que se llamaba «Mujer, Acción y Debate», eran nuevos tiempos y ahí conocí a otras mujeres que nos ayudaran como la Tele Marshall, la Gabriela Pischedda y la Tere Valdés. Después me quedó la idea que nosotros debíamos luchar por lo que queríamos, que no nos regalaran las cosas, y empezamos a pagar una cuota inicial en el taller. El Taller se llamaba La Amistad, antes se llamó María de Nazaret. Éramos 22 mujeres y trabajábamos como 15, sacábamos una importante cantidad de chalecos para vender.

¿Qué hacían los hombres mientras estaban ustedes tejiendo, haciendo comida?

Al lado de nosotras teníamos la ayuda de algunos maridos, a traer la leña. Nos ayudaban a sacar adelante la amasandería. Nos compraban pan de distintos lugares y con eso se beneficiaba el campamento. Teníamos para todos los días para los cabros chicos.

¿Qué rol jugaron en la conquista por la democracia?

Me acuerdo que cuando se hizo el Sí y el No, todavía existían los grupos y nos organizamos para que todas votaran, inclusive votaron.

¿Cuántas mujeres llegaron a ser en la Coordinadora?

En el taller tuvimos 48 mujeres, en la Coordinadora fuimos muchas más. Recuerdo un evento financiado por la Vicaria para hacer una jornada, te puedo hablar de 50 mujeres pero en otras jornadas eran 200 mujeres. Se trataban distintos temas, había un espacio de autocuidado, de ejercicios, pero todo entre nosotras, siempre estábamos con personas de la Vicaria, dos o tres personas que iban a ver, y es que ellos nos ofrecían ayuda.

¿Cuánto le queda de lo que construyó con las mujeres?

Creo que lo que queda es un color político más que nada. Lograr que nos escuchen, que debemos ser escuchadas y estamos decididas de alcanzar lo que queremos.

¿Qué extrañas de eso que se genera producto de la dictadura?

La gente creció, ya no está en el limosneo. Aprendí que si lucho tengo y que muchas mujeres ahora trabajan, no hay tanta miseria. En la dictadura se nos cerraban las puertas en todos lados y no podíamos trabajar.

¿Alguna anécdota que tu lleves en el corazón de ese tiempo, que nos quisieras contar?

Es algo muy lindo: cuando estaba embarazada de mi hijo que tiene 25 años, nos invitaron al Caupolicán, me parece que era eso y fuimos todas las mujeres, primero la sufrieron porque vieron el guanaco. Miraba por debajo a la gente y de pronto me nombran como de esas personas que ayudaron en la parte de trabajo. Yo salgo con la guata grande, hubo muchos saludos y aplausos. Las que más aplauden son mis amigas y eso lo encontré tan lindo, porque de repente se sentía que la gente valoraba lo que tú hiciste, en ese puro momento sentías lo que valías. Se dieron cuenta que yo era la que les vendía, que enseñaba, les pagaba, les controlaba el trabajo… luego empezó lo de los Carabineros, el agua y es que las compañeras salieron para el otro lado del Caupolicán para tomar la micro y con un miedo, y fue una cosa así que nos moríamos de la risa, y es que después no nos preocupamos del olor de la lacrimógena.

Lo otro que me acuerdo es para el Sí y el No. Estábamos en la Alameda y con la Tere Marshall y la Angélica Astete y nos pusimos en la Alameda a bailar y estábamos gritando así roncas, salíamos hacer nuestras gracias y llegamos re lejos a un cerro, creo que era el San Cristóbal e íbamos cantando y gritando. Al regreso, no sabíamos cómo hacer para entrar a la micro, todas esas cosas fueron muy bonitas para mí, porque te sientes útil y es que le digo a la Tere cuando me conocieron a mí, a mí no me den, a mí denme trabajo, con mis manitas, recibir lo que yo hago, uno tiene que ganarse lo que quiere recibir y el grupo siempre fue de esa onda.

¿Recuerdos malos?

Cuando la gente trata de destruirte porque no tienen la capacidad de aportar. Por eso el grupo se dividió y dijimos que se quedaran las que quisieran trabaja., Pero estoy feliz, feliz de todo lo que se logró, llevar a la mamá o mujer que no hacía nada, a compartir un poco, olvidar que eras sólo ama de casa, que tu marido te está gritando o mandando. Íbamos ocho días a la playa -sin maridos- y era en la noche salir a la orilla de la playa todas cantando, y dejábamos a los cabros chicos con los más grandes y al día siguiente le tocaba a alguien hacer el almuerzo y así, otro día a otra y tenía que funcionar.

Lo que hice en la población de Puente Alto fue formar el grupo de adolescentes y les enseñé a tejer y todas tenían historia de violadas por sus padrastros, niñitas de 12 años que estaban embarazadas, niñas que su mamá quedó viuda y se puso a vivir con otro que no las tomaba en cuenta, otra niña grande violada por su padrastro y muchas niñas jovencitas que se acercaron a mí. Tenía muchas ganas de trabajar con ellas y todas tuvieron guagüitas en ese tiempo. De los 20 años que tuve taller no pude estar sin taller, y ahí hice un taller diferente con 14 o 15 mujeres que nos ganamos un proyecto FOSIS en que invertido todo, todo en lana, palillos, tijeras, agujas…, duró como cinco años el material. Otro proyecto se mandó a Italia, salió aprobado y se armó una sede en una mediagua. Lamentablemente se terminó el taller y con ello la sede.

Se podía decir que teníamos un sueldito pequeño, pero no era así, porque si se vendían tres o cuatro chalecos eran 20 lucas. Ahora en el colegio trabajo, vendo más económico porque trabajo el reciclado. Compro chalecas en la ropa americana, las deshago y mezclo la lana con materiales míos, pero no todos pensamos igual…pero bueno, hartas cosas, harta vivencia.

 

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