No hay Equidad Social sin Equidad de Género

El día 17 de octubre el Centro de Estudios de la Mujer fue invitado a participar en las audiencias convocadas por el Consejo Asesor Presidencial de Trabajo y Equidad.

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Centro de Estudio de la Mujer CEM, integrante del Observatorio de Género y Equidad.

Asistimos al Consejo interesadas en demostrar que no es posible alcanzar la equidad social sin considerar las desigualdades de género. Nos pareció importante transferir algunos resultados de nuestros estudios que dan cuenta de la complejidad de los mecanismos que generan la discriminación de género en el trabajo y avanzar criterios de políticas para anticipar efectos indeseados.

Esta presentación tuvo lugar en un momento en que se debate en el país la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo mediante la creación de empleos a tiempo parcial y se destaca la importancia del ingreso de las mujeres pobres para que sus hogares superen la línea de la pobreza. En este contexto, nos parecía conveniente alertar contra el riesgo de la instrumentalización de las mujeres. Promover el ingreso al mercado sin considerar la posición de ellas en la familia y en la sociedad, la división sexual del trabajo y los problemas que enfrentan, puede tener efectos contradictorios e indeseables. Sin estas consideraciones, el incremento del ingreso familiar no elimina la vulnerabilidad del hogar de caer en la pobreza en el futuro y puede, además, sustentarse en el empeoramiento de la calidad de vida de las mujeres y de su dependencia. 

Los factores que las excluyen del mercado de trabajo son múltiples y sobre ellos se tiene actuar. Tienen que ver con el peso de los estereotipos sexuales, el número de hijos, los requerimientos de cuidado de las y los hijos/as que son diferentes de acuerdo a la edad y la insuficiencia de servicios públicos adecuados.  A la vez, hay que considerar los costos familiares que significa su ingreso al mercado, donde ocupan posiciones precarias, que proveen salarios bajos que no compensan los gastos de salida.

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Bajo el supuesto de que los miembros del Consejo tenían información confiable y actualizada sobre el comportamiento laboral de las mujeres y las brechas de género en el mercado, nuestra intervención se orientó, entonces, a mostrar la importancia de analizar cómo operan los mecanismos que generan y reproducen discriminaciones de género y que inciden en el diseño de propuestas y políticas. 

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Los mecanismos discriminatorios operan a distintos niveles: cultural – a través de discursos, imágenes, representaciones; institucional – a través de las normas que distribuyen recursos y oportunidades y condicionan la posición de los sujetos en las relaciones sociales; y a nivel de prácticas e interacciones cotidianas. 

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Para exponer la complejidad del proceso de construcción de las desigualdades sociales y de género, recurrimos al siguiente esquema que analiza el bienestar social a partir de las interrelaciones entre el estado, el mercado y la familia. Esquema que, aunque simplificador de las dinámicas y procesos sociales, nos ayudó a ordenar la exposición. Analizamos el papel de estas tres instituciones en la generación de bienestar social y en la producción de equidades e inequidades sociales y de género. 

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Las familias contribuyen al bienestar con la realización de tareas domésticas, de cuidado y de socialización, las que se realizan a través de la división del trabajo y de la distribución de derechos y oportunidades entre sus miembros. El mercado aporta al bienestar social a través de la producción y distribución de bienes y servicios y de la generación de empleo. Asimismo aporta a las acciones públicas y políticas mediante la tributación. El estado, por su parte, toma acciones para equilibrar el poder de diferentes actores sociales y, a través de políticas sociales, económicas y culturales desmercatiliza el acceso de las personas a los recursos y asume también tareas de cuidado y socialización. 

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Estas instituciones también son portadoras de mecanismos de discriminación social y de género. El Estado contribuye a la discriminación de género cuando actúa como si en todas las familias los padres fueran los proveedores principales y desconoce las relaciones de poder que se establecen al interior de la familia. Del mismo modo, contribuye a la discriminación, cuando fundamenta sus políticas sobre la base de la disponibilidad elástica del tiempo de las mujeres. En el mercado operan mecanismos que se traducen en una brecha entre la participación de hombres y mujeres, en la segregación ocupacional y laboral y en la brecha salarial. Por otro lado, las mujeres ocupan los trabajos más precarios y muchas veces realizan trabajos que permanecen ocultos, no protegidos y desvalorizados. 

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Las familias contribuyen a las desigualdades debido a la división sexual del trabajo. Las dinámicas familiares muchas veces desconocen los derechos de cada uno de sus miembros y distribuyen en forma desigual de recursos y oportunidades. Asimismo puede socializar en patrones de comportamiento autoritarios e inequitativos. 

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Por estas razones consideramos que las políticas comprometidas con la equidad social y de género deben ser integrales y orientadas activamente a hombres y mujeres, de manera de evitar la profundización de las desigualdades entre hombres y mujeres y contrarrestar la inercia de las costumbres y las resistencias al cambio. Es preciso diferenciar las funciones de recuperación del parto con las de cuidado del bebé. Debates culturales y el establecimiento de nuevas normativas, facilita al padre la corresponsabilidad con la crianza y hacer uso de las licencias posnatales y por enfermedad del hijo o hija, sin ser estigmatizados por ello. La disminución de la brecha salarial entre hombres y mujeres contribuye en el mismo sentido al promover igualdad de responsabilidades y derechos. Salas cunas destinadas sólo a las y los hijos/as de las mujeres refuerza la imagen del binomio madre-hijo. Lo contrario sucede si son orientadas al uso de hijos/as de trabajadores y trabajadoras, debido a que se subraya la responsabilidad social de las instituciones con la maternidad y la paternidad. La política de creación de salas cuna, de una importancia indiscutible, no resuelve todas las tareas de cuidado, las que no se limitan a la primera infancia, sino que se debe hacer frente a los requerimientos y riesgos de las distintas edades. 

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Las políticas deben actuar simultáneamente a varios niveles. A nivel cultural, para que las mujeres y hombres sean reconocidos como iguales en todos los espacios en que participan. A nivel institucional, para asegurar una distribución más justa de los recursos y responsabilidades entre hombres y mujeres; y a nivel político para favorecer la participación de las mujeres en instancias de diálogo social y en espacios de decisión pública. 

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Pese a que nuestra presentación fue incluida en la página web del Consejo y tuvimos tiempo para la presentación, para nuestra sorpresa la corta discusión a la que dio lugar siguió rondando en torno a la necesidad de que las mujeres pobres ingresen al mercado de trabajo y a la generación de trabajos a tiempo parcial para “conciliar” las tareas de la reproducción y producción. Sin consideración de los factores señalados con anterioridad, el riesgo de consolidar un statu quo inequitativo es muy alto. 

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