Opinión: «Hombres anónimos»

Opinión: «Hombres anónimos»

Por Miguel Lorente Acosta, médico forense y profesor en la Universidad de Granada

En América Latina y el Caribe 4600 mujeres son asesinadas cada año en contexto de las relaciones de pareja y familiares; o lo que es lo mismo, unos 4600 hombres asesinan todos los años a las mujeres con las que compartían o habían compartido una relación. Son datos del Informe sobre Homicidios de Naciones Unidas, y todo ello sucede sin que ninguno de esos hombres, ni nadie alrededor de la pareja, pensara al iniciar la relación que terminarían haciéndolo.

¿Cuándo decide un hombre asesinar a su pareja?, ¿por qué decide hacerlo?

Los niños no dicen, “yo de mayor quiero ser asesino”, sin embargo un número importante de ellos termina por matar a la mujer con la que había iniciado esa relación de pareja. Las circunstancias de cada caso difieren, al igual que los caminos que llevan a ese destino, pero cuando desde tantos lugares distintos y por parte de hombres tan diferentes se llega al mismo resultado, quiere decir que hay elementos comunes capaces de conducir las decisiones y la conducta hasta ese lugar.

La situación es clara, los femicidios se llevan a cabo porque hay violencia contra las mujeres, la violencia contra las mujeres existe porque hay hombres que la ejercen, y esos hombres machistas forman parte de la sociedad porque el machismo crea la cultura que define las identidades y establece las referencias para organizar la convivencia. Por lo tanto, si no hubiera machismo no habría machistas, si no existieran los machistas no tendríamos violencia de género, y sin violencia de género no se producirían los femicidios. Buscar una solución a la violencia que sufren las mujeres sin buscar transformar la cultura que debe soltar el lastre del machismo no sólo es imposible, sino que además actúa como excusa o justificación para que permanezca tanto el machismo como su violencia, puesto que transmiten la idea de que se está haciendo algo para evitarlo, cuando en realidad no es así.

La crítica a los resultados de la violencia no son suficientes, en la práctica actúa como parte de la estrategia adaptativa del machismo que le permite cambiar para seguir igual, es decir, modificar las expresiones y el significado de las mismas sin renunciar a la posición de poder de los hombres que da lugar a las consecuencias que luego critican, y de ese modo apartar la mirada del núcleo esencial para evitar que se llegue a cuestionar la estructura de poder y  privilegios desde la que surge todo.

Por esa razón, cada año se repite el número de hombres que termina por asesinar a las mujeres con las que compartían o habían tenido una relación. No son hombres vinculados a la delincuencia ni a la criminalidad, ni tampoco tienen problemas con el alcohol o las drogas, ni padecen trastornos mentales, son hombres “normales” que deciden recurrir a la violencia para controlar a sus parejas, y que luego siguen ejerciéndola hasta llegar al homicidio. Y todo ello en defensa de su hombría y su masculinidad, y bajo la comprensión del resto de los hombres y de una sociedad machista impregnada por los valores de la desigualdad, que se entretiene en las justificaciones levantadas sobre los mitos y los estereotipos en lugar de avanzar hacia las causas que dan lugar a los femicidios.

Todo forma parte de la “normalidad” interesada, de esa falsa neutralidad levantada para hacer verdad la mentira de los argumentos, y la incoherencia de unas justificaciones que permiten vivir el lamento del resultado junto al disfrute de las causas. Y así sucede cada día, cada año, y todas las vidas de mujeres arrebatadas por esta cultura patriarcal que busca hacer pasar lo invisible por inexistente y lo anónimo por irreal.

No hay anonimato ni neutralidad ante la violencia machista, si no se hace algo para acabar con la realidad existente caracterizada por esta violencia, se está haciendo para que continúe bajo la invisibilidad de las razones y las justificaciones. El gran logro del machismo ha sido envolver su violencia bajo el silencio y la excepcionalidad de las circunstancias, de manera que cuando el resultado de cada una de las agresiones no es grave desde el punto de vista de las lesiones ocasionadas, se dice que es un “conflicto de pareja”,que “los trapos sucios se deben lavar en casa”,o que son “cosas que ocurren en todos los matrimonios”…De ese modo la violencia continúa con su “ciclo de intensidad creciente” que lleva a que cada vez sean más graves las agresiones, hasta que en una de ellas se produce el femicidio. Entonces ya no habrá justificación sobre lo normal, pero sí la habrá sobre la excepcionalidad, y dirán que se trataba de un hombre que actuó bajo los efectos del alcohol, de alguna sustancia tóxica, o que tenía algún tipo de trastorno mental.

Lo que muchos hombres no saben cuando reivindican su hombría a través de la violencia machista, es que a partir de ese momento serán recordados para siempre como unos asesinos. Ya siempre serán el “hombre que mató a su mujer” en aquella u otra calle de la ciudad; sus hijos e hijas serán los hijos e hijas del “hombre que asesinó a su mujer”, sus padres los padres del “hombre que acabó con la vida de su mujer”, sus amigos los amigos del “hombre que mató a su mujer”…

Dejarán de ser hombres anónimos, y toda la vida de los asesinos se borrará para permanecer en el tiempo como los hombres que mataron a sus mujeres… ¿Es ese el legado que quieren dejar?, ¿es esa la masculinidad que quiere el resto de los hombres?

No podemos permitir que sean esos hombres asesinos quienes escriban la historia dentro de los márgenes del silencio.

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