[Opinión] Ojos violetas

[Opinión] Ojos violetas

Escribe Paulina Bravo Guzmán, abogada activista por los derechos humanos de las personas con discapacidad

Holly, mi perrita guía, no fue conmigo a la marcha del 8M, esta vez yo marcharía con mi bastón blanco ataviado con un pañuelo verde. Al reunirme con las mujeres del colectivo de arte y cultura que integro y del que soy la única mujer con discapacidad y por cierto la única no artista, mis compañeras se desvestían para marchar por la Alameda a torso desnudo. Yo en cambio, marcharía cubriéndome de las miradas con mi polera violeta costureada por las mujeres de mi colectivo y del sol, con el mismo sombrero negro que hace un par de años compré por dos dinares para montar un camello en el oriente medio.

Entre las felices descripciones de úteros y flores pintados en los senos de mis compañeras, estaban también las cicatrices que en los pechos de Marién, brillaban como antorchas de victoria encendidas justo cuando las trompetas anunciaron su triunfo en la batalla contra el cáncer de mamas.  El tiempo avanzaba junto con la libertad de esas mujeres que se paseaban semidesnudas por la vieja casona como si esa desnudez, fuese su atuendo natural para interactuar en sociedad. El pecho se me apretó de pronto. Quise también desnudarme y fui comprimida por las dolorosas contracciones que he sentido cada vez que me he vuelto a parir. Porque mi madre solo me parió la primera vez, todas las demás veces me he parido yo. Doloroso fue mi parto cuando hace más de veinte años tuve que echarme al mundo con un par de ojos ciegos. Doloroso fue también cuando hace menos de tres años tuve que parirme con un oído menos y solo unos meses antes, cuando me parí sin útero.

Faltaban pocos minutos para sumarnos a la marcha que sería la más descomunal en la historia de Chile. La artista terminaría de dibujar sobre los pechos de una compañera y nos iríamos de la casona. Sentí la fuerza irreductible de esas contracciones que me impulsan a parirme de nuevo. Me acerqué a la artista y le pedí “¿Puedes pintar mi brazo con las letras LGTBI por favor?” había comenzado tímidamente a desnudar mi alma. Con la bandera del arcoíris llené de colores mi sombrero negro y en la Plaza de la Dignidad, se rompió para siempre la noble fuente de agua tibia y comencé a parirme de nuevo pero esta vez, sin dolor. Es que, en esa cuenca urbana vaciada de un Chile hipnotizado por el infame puño de la injusticia, había tantas manos parteras que acompañaron con firmeza mi nuevo nacimiento llamándome compañera y en las descripciones de Cristina que me guiaba el camino, descubrí que las voces y las miradas de mujer son violeta cuando cuentan lo que ven para que todas contemos. Vi entonces flamear con fuerza decidida una bandera en las manos de una mujer montada solo con su falda roja en la grupa del caballo de un general olvidado. Vi mujeres infinitas de colores infinitos abriendo para todas esa ancha Alameda, y entendí que, si Chile aprendió a dar gracias a la vida, es porque así lo cantó la Violeta. Y que, si yo doy gracias a la vida, es porque tengo esa fuerza violeta que sale del útero y que me sigue brotando, aunque me lo hayan extirpado, para construirme con lo que tengo y no a pesar de lo que me falta porque a esta mujer que soy y que volveré a parir cuantas veces lo decida la vida, en verdad no le falta nada.

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