¿Santuario de los frágiles? Reflexiones de una teóloga laica en torno a la crisis de abuso sexual en la Iglesia Católica

¿Santuario de los frágiles? Reflexiones de una teóloga laica en torno a la crisis de abuso sexual en la Iglesia Católica

Por M. Soledad Del Villar Tagle, historiadora y estudiante de teología, Boston College. 

La crisis de la Iglesia Católica chilena me tiene muda. Me cuesta articular palabras que ayuden a hacer sentido a lo que estamos viviendo. Todas las semanas aparece un nuevo caso de abuso, con detalles escalofriantes. Nos vamos dando cuenta de que los abusadores no son “unos poquitos” como dijera el cardenal Errázuriz, sino muchos y bien conectados al interior de la jerarquía eclesial. El silencio cómplice de los obispos y autoridades frente a estos crímenes abruma casi tanto como los crímenes en sí mismos. Y el hecho de que el patrón de abuso y encubrimiento sea tan similar en tantas partes del mundo me horroriza. Mi silencio no es complicidad con los poderosos que abusan y encubren, sino espanto y respeto frente al dolor de las víctimas. Me niego a banalizar su dolor intentando ofrecer respuestas fáciles como “no todos los curas son abusadores”, “la Iglesia no es la única, el abuso está en todas las instituciones, e incluso dentro de las familias” o “no olvidemos que hay tanta gente buena en la Iglesia”. Quisiera por un rato, quedarme en silencio ante el dolor, escuchar todo lo que las víctimas tengan que decir, y con ellas caminar el largo y duro camino hacia la sanación, que nunca será total. Si ese camino lleva a algunas personas a dejar la Iglesia para siempre, adelante, Dios es más grande que la Iglesia. Si ese camino se puede hacer aún dentro de las comunidades cristianas, bien también, debemos convertirnos en comunidades que acojan y sanen.

Nunca debiésemos haber dejado de ser comunidades que acojan y sanen. Es nuestra misión y nuestro llamado. De hecho, el abuso sexual eclesiástico es especialmente grave justamente porque ocurre allí donde no debiese ocurrir, en espacios que debiesen ser seguros. Los psicólogos y psiquiatras hablan del “trauma de santuario”. Este ocurre cuando una persona que sufrió un estresor severo en su vida se encuentra luego con lo que se esperaba que fuera un ambiente de apoyo y protección y descubre solo más trauma. ¡Cuantos jóvenes y niños buscaron apoyo de un sacerdote en un momento difícil y se encontraron con un depredador! ¡Cuantas mujeres creyeron ver en el cura un amigo y se encontraron con un abusador! Los depredadores y abusadores no atacan cuando la persona es fuerte, sino cuando es frágil e incapaz de oponer resistencia. El abuso sexual tiene por escenario privilegiado un desbalance en la relación de poder, en donde la víctima se encuentra fragilizada y quien ejerce el abuso, protegido e inmune.  En la Iglesia Católica, esto ocurre además dentro de una cultura institucional de exaltación de la figura del sacerdote varón y subordinación y devaluación de la vida y experiencia de las mujeres y niños. Esta cultura, combinada con una tolerancia generalizada en nuestra sociedad hacia el acoso sexual y a la prerrogativa sexual patriarcal, crea un factor situacional potente que recién estamos comenzando a cuestionar y criticar.

Dicen que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los obispos y sacerdotes tienen hoy el poder absoluto dentro de la Iglesia Católica. Gracias a esta crisis ese poder está siendo cuestionado. Aquellas voces que habían sido silenciadas por años, las de las víctimas, las de las mujeres, las de los laicos y laicas, están escuchándose con fuerza y ganando la batalla por la legitimidad al interior de las comunidades. Los curas finalmente ver horadarse el poder y prestigio que les daba inmunidad en nuestra sociedad y que les permitía abusar sin encontrar resistencia de parte del laicado. Esto me da esperanza. Me recuerda a las palabras proféticas de María, que canta “Dios hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.” (Lc. 1, 51 – 53) Como mujer, teóloga y creyente no puedo sino preguntarme ¿Dónde está Dios en esta crisis? ¿Dónde estaba cuando los abusos ocurrían? Sin duda, Dios está del lado de las víctimas. Y del lado de los católicos y católicas de a pie que han visto traicionada su confianza y su fe. Dios está indignada e indignado, al igual que nosotras y nosotros.

Si Dios no está del lado de las víctimas y de los inocentes, es un Dios en el que no vale la pena creer. Las palabras de Jesús para los abusadores son claras y duras: “al que haga caer a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería que le amarraran al cuello una gran piedra de moler y que lo hundieran en lo más profundo del mar. ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Tiene que haber escándalos, pero ¡ay del que causa el escándalo!” (Mt. 18, 6 – 7) Ojalá esta advertencia de Jesús se escuchara en todos los templos y capillas, contagiándonos de una santa indignación que nos de la fuerza para cambiar la Iglesia y convertirla en lo que nunca debió haber dejado de ser: un santuario en el que se protege, se respeta y se honra nuestra frágil humanidad.

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