Ley de cuotas, a la chilena

Por Javiera Arce, cientista política

El pasado 19 de noviembre, no sólo debutó el nuevo sistema electoral que reformó el sistema binominal y lo reemplazó por uno de carácter proporcional inclusivo, sino también la legislación acerca de las acciones afirmativas para promover la inclusión de mujeres en la política. Esta nueva normativa, además de garantizar un piso mínimo ineludible de candidatas -listas equilibradas en que ninguno de los sexos podrá superar el 60% del total de la lista-, agregó medidas económicas de incentivo al resultado que premiaría a cada partido con 500 UF por cada mujer electa y 0,01 UF más por concepto de devolución de gasto electoral (0,03 UF) por cada voto obtenido por una candidata mujer.

También se enmarca en un proceso de reforma a la ley de partidos políticos que incluyó financiamientos preferentes para formar a las mujeres militantes de cada partido y entrenar candidatas, así como también introducir en los cuerpos colegiados de los partidos políticos, a lo menos, un 40% de mujeres para que más mujeres integren las estructuras donde, aparentemente, se toman las decisiones.

El resultado de estas reformas fue que en efecto la representación femenina aumentó de inmediato de un 15,8% en total en ambas cámaras a un 22,6% promedio, que se expresó en un aumento en términos numéricos de 19 diputadas a 35 y de 6 senadoras a 10.

Si bien es posible observar un incremento en el número efectivo de las mujeres, éste pudo haber sido mucho más significativo, si los partidos hubiesen trabajado con convicción desde la promulgación de la norma en 2015.

Desde un punto de vista anecdótico, es posible hacer referencia a que los partidos políticos – prácticamente en su totalidad- no se prepararon para este acontecimiento. Es más, fue posible apreciar, en la fecha límite para inscribir las candidaturas, la búsqueda desesperada de mujeres para cumplir con la norma. Incluso, pocas horas antes al cierre del proceso.

Otro de los aspectos importantes de visibilizar, es la falta de entrenamiento político de las candidatas. Las mujeres por lo general poseen inseguridades propias de su enfrentamiento con la esfera pública. Existe una vasta literatura que pone foco en las dificultades de las mujeres de participar en clases y cómo sus profesores constantemente las discriminan, poniéndoles menos atención y profundizando sus inseguridades. Esta situación es posible extenderla a otros espacios, como la política, en que las mujeres suelen ser más invisibilizadas que los hombres, son constantemente interrumpidas en las reuniones y, por cierto, resultan fuertemente cuestionadas por sus formas de ejercer el liderazgo.

Para mitigar lo anteriormente expuesto, es necesario entrenarlas con el objetivo de que puedan desde su condición de mujeres, tener un mejor desempeño en la esfera pública y política, orientando sus candidaturas de una manera diferente a los hombres porque su experiencia de vida es distinta. Asimismo, requieren de un entrenamiento en contenidos para que puedan ofrecer un programa coherente con su partido y evitar errores involuntarios en la prensa. El caso más significativo es Erika Olivera y su opinión sobre la debacle nacional y el camino de Chile a ser un país con una crisis como la de Venezuela. Un desacierto en esta época electoral.

Para el objetivo formativo se apartó un 10% del total del presupuesto público entregado a los partidos políticos por concepto de financiamiento, para que reclutaran y formaran a sus candidatas. Por el contrario, los resultados evidencian una falta de preparación y campañas poco competitivas, que terminaron por generar un detrimento en el espíritu de la ley de cuotas.

A lo anterior le sigue el sistema electoral, que si bien posee características proporcionales, moderado y de lista abierta; obliga a las mujeres a competir en tres escenarios distintos: primero dentro de la lista, luego entre la lista y, finalmente, entre las listas, por lo que visibilizarse en distritos grandes como Valparaíso costa, Santiago y Concepción se vuelve una tarea de alta complejidad.

Otro aspecto clave al momento de analizar los acontecimientos tiene que ver con factores de carácter institucionales, que constriñen la participación de las mujeres al interior de los partidos políticos. Por una parte, la estructura formal de los partidos (instituciones rígidas, anticuadas y construidas androcéntricamente) y, por otra, las instituciones informales de los mismos (formas de llegar a acuerdos, valores, creencias, culturas políticas) que plasman una cierta forma de funcionamiento interno, termina por excluir a las mujeres de los espacios de poder y toma de decisiones. Este espacio, es donde precisamente se construyen las alianzas y se decide quién entra al juego político y quién no. En este lugar, aún se percibe una hegemonía meramente masculina.

Durante los últimos años, la ciencia política y los organismos internacionales han comenzado a abordar la violencia institucional- y extra institucional- contra las mujeres políticas que, además de alejarlas de los espacios de toma de decisiones a través de la utilización de mecanismos informales y códigos propios entre quienes se conocen desde hace muchísimo tiempo y guardan complicidades, transforman dichos espacios en ambientes hostiles para las mujeres. Ahí se suelen ensalzar los rasgos característicos propios de la personalidad masculina; el carácter fuerte y decidido de los hombres cuando reclaman sentirse perjudicados o demandan por la ampliación de cuotas para ellos. Pero cuando una mujer llega a tener carácter y demanda espacios de poder, de forma inmediata pasa a ser histérica, loca, ambiciosa, trepadora y egocéntrica.

Si la mujer además tiene opinión propia y visibilidad pública, se le sugiere (a ella) que en el ejercicio político resguarden su “feminidad”, pues se ve feo que digan garabatos, “se ve muy mal perder la compostura”, porque eso además demuestra su irracionalidad respecto de la “abundante racionalidad” con la que operan los hombres para relacionarse en política; varones que ante el problema personal acaban por aplastarse unos con otros y en algunas ocasiones incluso llegan a los golpes. Comportamientos, por supuesto, “extremadamente racionales”. En este espacio no se hará referencia a los asesinatos de imagen que sufren las mujeres dentro de los partidos por sus rasgos “desprolijos” de personalidad, ni tampoco al acoso sexual que cada vez se ha ido visibilizando más entre los “correctos” pasillos de la política.

Para cerrar transitoriamente este primer apronte, es posible concluir que tanto los factores institucionales, como la cultura propia de los partidos políticos, actuaron como una barrera de entrada a las mujeres en la competencia política. Es preciso agregar a lo expuesto, la falta de conciencia de las propias mujeres políticas, que actúan bajo la premisa de auto-percibirse como iguales a los hombres, replicando las prácticas excluyentes y patriarcales propias de sus pares. Tentadas constantemente por la futura “inclusión” que les ofrecen sus compañeros de partido, a modo de recompensa por ser la excepción a la regla y dejarlas participar – o hacerles creer que participan- de las decisiones.

Es así como a muchas se les vio actuar de manera solitaria durante los procesos de negociación y selección de candidaturas, sin tener la mínima conciencia de que las mujeres, las únicas veces que han podido conquistar derechos, ha sido cuando actúan colectivamente. Esta toma de conciencia es un proceso doloroso y molesto en que las propias mujeres políticas tendrán que decidir si someterse a la cultura excluyente y patriarcal de los partidos políticos y subir marginalmente en su representación, o agruparse y cuestionar las prácticas políticas que ofrece el mal entendido “feminismo de la igualdad”, en que se les obliga a las mujeres, incluso, a adoptar prácticas idénticas a las de los hombres, afectando el avance de sus carreras políticas, debido a la tentación de dividir a las mujeres en sus acciones para perpetuar la cultura de la exclusión.

Más allá de un análisis exhaustivo en materia institucional, que se requiere hacer para el debut de la ley de cuotas a la chilena, la clave del éxito del instrumento radica en la desconstrucción de las performances de las mujeres militantes para alcanzar la tan ansiada transformación y revalorización de los partidos políticos para construir una nueva forma de hacer política.

 

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