Un falso dilema

El último cambio de gabinete, no significa que los ejes originales del diseño presidencial hayan desaparecido.

Por María de los Ángeles Fernández – Directora Ejecutiva, Fundación Chile 21 e integrante del Observatorio de Género y Equidad 

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El último cambio de gabinete, más orientado hacia competencias políticas, no significa necesariamente que los ejes originales del diseño presidencial hayan desaparecido. Se afirma  que la paridad, la ¿no repetición del plato? y el gobierno ciudadano habrían sido desterrados. Una revisión cuidadosa cuestiona esta apreciación. La paridad, planteada como un tipo de acción positiva en que los dos géneros tienen la misma representación en todas las actividades, especialmente en los puestos y cargos políticos, se aplica de dos formas: en una versión extrema, de 50 a 50 (con la que la Presidenta estrenó su gabinete) o flexible, que es la que se mantiene en la actualidad, en la que ningún género tiene menos del 40%. A ello se suma el hecho de que se mantienen rostros nuevos, así como en el equipo de asesores de la mandataria.  

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El espíritu original de pluralizar la composición de las elites y de promover su circulación, por tanto, sigue vigente y ha permitido colocar nuevas dimensiones en la sociedad chilena lo que permite preveer un impacto simbólico importante, pero difícil de captar empíricamente en lo inmediato. En cuanto a la idea de ¿gobierno ciudadano?, su impulso vino de la mano de los ?opinión makers? que caricaturizaron una idea que, por lo demás, traducía más la relación de la candidata, luego Presidenta, con la ciudadanía en base a atributos personales intransferibles de semejanza y proximidad, que a un premeditado diseño institucional. 

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Este falso dilema vendría a complementarse con la antinomia planteada, en el debate público, entre los técnicos y los políticos. No es algo nuevo. Basta recordar cuando José Pablo Arellano asumió la cartera de Educación, años atrás y las críticas hacia la débil o casi nula vinculación con su partido. Sin embargo, en este gobierno, cobró una forma más orgánica a través del supuesto rol que cumpliría Expansiva, azuzado por análisis que contabilizaban -un tanto provincianamente- la cantidad de títulos obtenidos en Estados Unidos que la nueva elite en el poder acumulaba. Por suerte, el equilibrio ha vuelto a restablecerse a través del rol que los partidos están llamados a cumplir, no sólo en Chile sino en cualquier democracia moderna. Bien sabemos qué sucede cuando los partidos desaparecen. La tentación de sustituir el gobierno de los políticos por el de los técnicos, que se consideran más competentes y capaces, está siempre latente agrediendo, de paso, los principios de la teoría democrática. Con el Transantiago ya ha sido más que suficiente. 

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