Violencia en el pololeo: el lesbo-machismo que queremos esconder

Violencia en el pololeo: el lesbo-machismo que queremos esconder

Por Catalina Ellies

A primeras resulta extraño. ¿Qué podrían tener en común el lesbianismo con el machismo? Lamentablemente, mucho. He vivido en carne propia relaciones que se disfrazan de sororas, pero que a fin de cuentas son una extensión del patriarcado con el que nos crió la sociedad, muy difícil de erradicar, incluso, siendo conscientes de ello y siendo mujeres que decimos amar a otras mujeres, lo perpetuamos. En vez de cuidarnos, actuamos de la misma forma que criticamos, un discurso estancado que no se transforma en hechos. Utilizamos los mismos modos bestiales de algunos hombres y además de eso, nos aprovechamos de la confianza que se instala automáticamente por el simple hecho de tener al lado a una mujer, por creer aún más que estamos en un espacio libre, que nos pertenece porque compartimos historias y vivencias; porque somos compañeras de lucha en base a ideales comunes.

Escribo esto porque es un tema oculto y opacado.

Escribo esto, como una reivindicación con mi historia y la de muchas otras que han vivido situaciones similares y no se atreven a contarlo, porque al decirlo proyecto a quienes están aún en un proceso de maduración con lo que les está ocurriendo y que ni siquiera lo han develado consigo mismas. Es necesario romper el silencio, verbalizarlo y visibilizarlo porque muchas veces solo al hablarlo lo asimilamos como una realidad y podremos ser libres. No nos encandilemos ni dejemos que el miedo y la cobardía triunfen.

Escribo esto por las caídas y por las sobrevivientes, porque no quiero que nadie se sienta con el poder de pasar por sobre nosotras, porque nada justifica llegar al extremo de una agresión física. No mitifiquemos la violencia de género porque sucede en todos los espacios y no discrimina clase, sexo ni orientación sexual.

Escribo esto porque quiero que perdamos la vergüenza de admitir que terminamos una relación, en la que hicimos planes y apostamos todo, porque nos golpearon. No quiero que ninguna mujer sufra lo que yo viví, no quiero que nadie al estar siendo estrangulada por su pareja, por la persona que amas, cuente los segundos para que te suelte antes de perder el último aire, mientras miras sus ojos ciegos de rabia.

La violencia es un tramado invisible, que se teje desde una lógica de superioridad. Comienza siendo psicológica, puede ser económica hasta llegar a la física y expandirse hacia todas las dimensiones. La violencia física tiene distintos tiempos, puede llegar en años o meses pero al final, la historia es la misma: las marcan se dibujan en la piel y se transforman en moretones, heridas y luego cicatrices que hay que cerrar.

Lo que tienen de dulce las relaciones entre mujeres, lo tienen de agraz. Contémosle a la sociedad que en las relaciones lésbicas también pasan estas cosas, que no son tan bonitas como las idealizamos, que hay machismo, que hay un juego de poder sobre cuál de las dos “lleva” la relación, de quién domina más y que cuando se cae en eso la que “gana” termina siendo la agresora.

La violencia es como un huracán, al principio silenciosa e invisible, pero cuando ya ha tomado suficiente vuelo no hay fuerza que la detenga. Es tan destructora que arrolla todo a su paso, sin importar quién o cuántos salgan heridos. Sin importar las consecuencias. Sin medir el daño.

No tengamos miedo de contar nuestras historias, por más que nos “loqueen” al igual que lo hacen los machitos cuando son descubiertos, nosotras sabemos lo que pasó y quien está del otro lado también, aunque no quiera asumirlo, aunque sea más fácil hundirse en su miseria y culpar a la otra para eximirse de sus culpas. La conciencia es sabia y no calla.

No nos resistamos a darle cara a la violencia, a decir lo que muchas callan por miedo o vergüenza. Nos hacen creer que nosotras fuimos o somos el problema, tal vez fuimos parte de él. Cuando hay un círculo vicioso que entorpece ver la violencia, hay que saber cortarlo porque una se ve envuelta en estas situaciones y cede a ellas. A mí me pasó y una vez le di una cachetada y eso bastó para ser bencina de su hoguera. No volvió a ocurrir y tampoco el propósito de ella fue la muerte o una violencia extrema como la que ocurrió después y lo menciono porque quiero ser lo más honesta posible.

Mi historia fue breve pero intensa. En tan solo seis meses viví la violencia como nunca la hubiese esperado; física, económica y psicológica. Primero te insegurizan y te bajan las defensas para manipular y usar el miedo a su favor.

Ella partió siendo todo lo bueno que buscaba en alguien. A ratos pensaba que no era casualidad y que una especie de imán del destino nos unió, que era mi último amor, el definitivo. Pero poco a poco noté que había un séquito de mujeres a quienes llamaba su “red de apoyo”, pero que no eran más que relaciones amorosas incompletas, ex parejas o relaciones frustradas y cuando se enojaba conmigo las buscaba a ellas. Sumado a eso, el tiempo llegaron sus constantes mentiras y junto a eso mis inseguridades y producto eso terminé transformándome en algo que no era, en una versión mía que nunca antes había conocido.

Cuando discutíamos siempre encontraba la forma de hacer que yo tuviese la culpa y sin notarlo cedía a eso. Tal vez sí fue mi responsabilidad por creer que iba a poder ayudarla y que con ello, desaparecieran las mentiras y traiciones. Pero la violencia se fue acrecentando y me vi sola intentando reparar todo. Decía que mis inseguridades provocaban sus engaños. Alguien tenía que ceder y fui yo, cada vez que lo hacía  a parecían frente a mis ojos las mentiras y turbiedades y con eso mi mar de dudas. Lo conversamos varias veces, se comprometió a ser mejor y cambiar esas malas costumbres, pero nunca pasó y ambas entramos al juego del mutuo control que debimos parar en su momento para tomar distancia.

Algunas veces, en las discusiones, me echaba de su casa, aun de madrugada. Ahí entraba el poder económico porque siempre estábamos en su casa y usaba eso como una ventaja, como un poder para hacer y deshacer. Me negaba a salir en mi afán de conciliación, quería arreglar todo. Una de esas veces me cacheteó y me ahorcó, grité por ayuda y terminé siendo “la loca”. Esa vez la perdoné buscando justificaciones donde nunca debí.

Soy periodista y haciendo una entrevista sobre abuso me vi reflejada en la historia de mi interlocutora. Entendí que mi vida estaba siendo violenta, que el miedo y el inmenso amor que sentía, me tenía inmovilizada. Conversé con ella, todo iba a cambiar, pero no pasó y terminó de una peor manera.

Poco después, nuevamente los golpes porque la encaré ante una mentira. Me ahorcó a un punto en que si pasaban segundos más de estrangulamiento, moría. “Te voy a matar”, me gritaba. “Me quieres hacer la vida imposible. ¿Por qué me haces esto? Me quieres cagar la vida”, repetía. Apenas pude huí y recién ahí dimensioné en lo que estaba metida. Al recordarlo siento que es una pesadilla, algo muy lejano y que no pasó, pero al ver las marcas en mi piel recuerdo que fue real y que cuando desaparezcan los moretones, quedarán las marcas internas.

“Es que me colapsaste”, “solo quería que te fueras”, “tu provocaste esto”, no pueden y no deben ser justificaciones. No podemos caer en la lógica del machito, donde se buscan atenuantes ante un femicidio. No podemos ser presas del patriarcado, ni de nadie.

Tengo miles de preguntas: ¿Qué hubiese pasado si no me hubiese soltado a tiempo? ¿Cómo algo tan espantoso puede disfrazarse de amor?, ¿Qué se hace después de vivir algo así? ¿La conciencia te deja tranquila? Si no nos cuidamos entre nosotras ¿cómo podríamos cuidarnos de otros, del mundo que está fuera de nuestras relaciones? ¿Qué nos diferencia de los hombres si dejamos entrar el machismo a nuestras camas, a nuestras casas, a nuestros corazones y nuestros espacios más íntimos?

Rebelémonos contra las relaciones infértiles, contra el falso amor y contra todo lo que nos haga mal. No somos mártires y tampoco seamos cómplices. Que nadie nos quite la luz interna que nos caracteriza y hace únicas.

P.D.: Quiero contar mi historia y que este relato sirva a otras, esto no se trata de acusar a nadie. Te quise mucho y no me arrepiento de eso, tomo esto como un aprendizaje y, como siempre decido, quedarme con lo bueno y poco a poco olvidar lo malo.

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